Jesús Martín Santoyo

Ensoñaciones de un palentino

Jesús Martín Santoyo


Juego de pícaros

22/09/2024

A principios de octubre, mientras daba una mano de pintura a mi apartamento, sonó el timbre de la puerta. A decir verdad, la chicharra me alarmó. Muy poca gente sabía de mi reciente mudanza. No esperaba visitas.
«Soy Abdul, el fontanero de la empresa encargada de la instalación de medidores de consumo en los radiadores de las viviendas del portal».
Sabía por la información facilitada por el frutero de la esquina que todos los edificios de mi calle estaban incluidos en el innovador plan de dotación de calefacción y agua caliente que se estaba aplicando de forma masiva en la ciudad. El aspecto de zona de guerra, con zanjas por doquier, estaba motivado por la construcción de las infraestructuras necesarias. Me habían advertido de la necesidad de instalar medidores del consumo en cada uno de los radiadores de las viviendas para que se pudiera adjudicar a cada vecino una factura en consonancia con el gasto real que cada usuario hiciera de los servicios de calefacción y agua caliente. Al estar en octubre y disfrutar aún de un tiempo cálido, me había olvidado por completo de los necesarios ajustes que tendría que realizar en mi domicilio. El fontanero había acudido ya en otras ocasiones para efectuar los trabajos. Nunca me encontró en casa. 
Hoy habían podido al fin contactar conmigo.
Abdul se identificó como instalador autorizado de una empresa y me presentó además una carta de autorización del administrador de la comunidad para que se le permitiera acceder a las viviendas y realizar los arreglos necesarios.
Cada pieza que colocara en un radiador costaba 100 euros. Mi apartamento contaba con seis radiadores. En total, 600 euros de gasto imprevisto. 
Pregunté a Abdul si era obligatorio adquirir estos adaptadores para la medición del consumo. «No. Si no los instala le van a aplicar como se hacía hasta ahora una tarifa ajustada a los metros cuadrados de su piso, que usted pagará mensualmente, gaste o no gaste agua caliente, consuma o no servicios de calefacción. Todo el mundo opina que va a ahorrar dinero con el sistema. Son muchos los vecinos de las primeras plantas que se quejaban del sistema de consumo unificado porque a veces en invierno se veían obligados abrir las ventanas por exceso de calor.  Yo, en su lugar, adaptaría los radiadores».
Me parecía bien pagar en función del consumo. El fontanero me explicó el funcionamiento del sistema. «Se trata de macro calderas para toda la ciudad que llevan agua caliente hasta el circuito interno de cada portal. Allí el agua se conecta al viejo sistema de calefacción central del edificio. Estas calderas se alimentan de pellets y de otros residuos vegetales. Pura ecología. No obstante, el viejo circuito de gas o gasóleo sigue conectado por si fuera necesaria su ayuda en las épocas de frío extremo en las que la demanda de calefacción se dispara en la ciudad».
Abdul, al ver los radiadores de mi apartamento, me hizo al momento una proposición. «En realidad, en los radiadores que usted tiene instalados, no es necesario colocar un dispositivo de cien euros. Son modernos y bastaría con la adaptación de una pequeña pieza que cuesta 12 euros. La empresa gana más colocándole medidores de 100 euros que adaptando piezas por 12. Si usted quiere le puedo poner la pieza de doce euros y cobrarle otros diez por colocárselas. En total, 22 euros por radiador. Yo no pasaría a mi empresa el informe de mi intervención en su casa. Y usted tendría solucionado el problema para cuando le visite el técnico encargado de regular los contadores. Ganamos todos». Me convenció.  Por la tarde, al acabar su jornada laboral, volvió a mi domicilio y me hizo los arreglos. Me dio además detalles de su vida.
«Nací en Palencia. Mi padre llegó como emigrante y trabajó como un esclavo en cualquier faena que le encomendaran. He salido a él. En España parece que los jóvenes no quieren trabajar. Yo no paro. Después de mi jornada en la empresa, hago trabajos extra y presto servicios de fontanería a quien me lo solicita. No doy abasto. Gano un buen dinerito y pronto podré pagarme un chalecito en Villamuriel para instalarme con mi novia».
Me sorprendió lo pronto que el joven Abdul se había integrado en la más rancia cultura española de la picaresca. Al acabar su horario laboral en la empresa, comenzaba a trabajar en negro y facturaba en negro. Y lo hacía para evitar los abusos de un empresario que pretendía robar en blanco a los vecinos, instalando unas piezas de cien euros, independientemente de que fueran o no necesarias en los radiadores de las viviendas. No tenemos remedio.

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