Nace esta columna de la curiosidad que me provocó el cartel con que los dueños de un establecimiento hostelero de mi barrio anunciaban un cierre temporal por vacaciones.
Cerrado. No es por placer. Me voy con mi mujer. El texto me arrancó de inmediato una sonrisa y más tarde me invitó a una reflexión que paso a detallar. Ignoro si el anuncio es original o si se trata de uno más de los múltiples eslóganes o lemas que se multiplican como setas por internet, sin que llegamos nunca a saber quién es el autor primigenio del dicho. No importa. Creo firmemente que la pareja que decide colgar tal letrero está pasando por una etapa de felicidad sin fisuras.
Nadie hace chistes, burlas o chascarrillos con una situación afectiva personal, salvo que el amor que rige su vida sea tan sólido que permita cualquier dislate de cara a la galería. Una pareja que funciona aguanta cualquier humorada referida a su estabilidad emocional (incluso aunque tenga un aroma machista indisimulable. No me imagino ese mismo anuncio si hubiera concluido: «no es por placer, me voy con mi marido»)
Los períodos vacacionales suelen suponer auténticas pruebas de fuego para analizar el grado de felicidad, equilibrio o salud afectiva de una pareja. Hay estudios que concluyen que la mayoría de los divorcios y separaciones de producen después de las semanas de asueto en que el matrimonio se ve «obligado» a convivir a tiempo completo, aunque sea para ociar, descansar o divertirse.
En la actualidad la convivencia de la pareja, condicionada por los ritmos laborales, el cuidado de los hijos o las labores rutinarias del hogar se reduce a un escaso tiempo de vida en común, en el que no siempre se está de buen humor ni suficientemente descansado como para ocuparse del otro. No digamos si, además, añadimos problemas económicos o de salud. En los casos extremos el silencio, la incomunicación compartida, las diferentes aficiones o gustos, aparecen como sombras que atentan contra la estabilidad o el amor que la pareja se juró para siempre.
Si se disfruta de una sólida base de convivencia, las rutinas que amenazan la durabilidad de una relación se apartan en las vacaciones y todo el tiempo de espacio y ocio compartido no hará sino afianzar y apuntalar más el compromiso.
La exhibición de felicidad se hará evidente en estos casos y el hombre y la mujer cogerán fuerzas para seguir con su aventura de vida en común. Ahora bien, si la convivencia está haciendo aguas durante el largo periodo laboral, por el motivo que sea, la llegada del tiempo de descanso conjunto puede resultar un infierno. Veinticuatro horas diarias de silencios, rictus de malhumor y hastío, mientras cada uno se aferra a su móvil o tablet para iniciar, mantener o potenciar no sé qué tipo de relación alternativa con la que esperan volver a ser felices. Abundan cada vez más las parejas que apuestan por disfrutar parte de las vacaciones por separado para «volver con más fuerza», dicen. Creo que se engañan. Prefieren no enfrentarse a sus miedos y huyen de la incomodidad de discutir el futuro de su contrato de convivencia.
Volviendo al cartel que da pie a esta columna de opinión, puedo adelantar algunos detalles menores de la pareja que regenta el negocio en el que apareció tan singular anuncio. Son una chilena y un peruano.
La mujer, muy guapa, es dicharachera y simpática. Luce grandes dotes comunicativas. El peruano, ingeniero de formación, más serio, se muestra culto y educado. Se nota a lo lejos la excelente sintonía que existe entre ellos. Son un ejemplo más de la huida de talento que exhiben los hispanoamericanos que llegan a España en busca de un trabajo y un futuro en la madre patria.
Al saber el marido de mi afición a escribir historias inspiradas en personajes de Palencia, me propuso contarme sus peripecias vitales para que me sirvieran de material literario. Incluso me adelantó la azarosa forma en que conoció a su mujer cuando viajaba por Colombia. No dudo que su vida sea interesantísima. Una vez más tuve que explicar a mi interlocutor que no soy un cronista de la ciudad que relata la vida de los palentinos.
Soy un simple inventor de ficciones, un escribidor de cuentos, todos ellos posibles e incluso probables, pero nunca reales al ciento por cien. Me inspiro en una imagen, en un detalle que me da pie para construir un relato. A veces me veo obligado a cambiar el nombre o los rasgos más evidentes de los protagonistas para que los lectores huyan de cualquier tentación encaminada a identificar a los personajes. Sobre todo, en las ocasiones en las que lo real predomina sobre lo ficticio.