Veo la cara de insatisfacción, el gesto frustrado y la triste mirada de un cocinero al que tengo estima personal y profesional, por lo encorsetado que se encuentra en su puesto de trabajo, y traslado una reflexión habitual de empresa al mundo concreto de los fogones.
El caso es que a esta persona, con ganas, motivación, buena formación y, sobre todo, una creatividad enorme, se le contrata para un puesto de cocinero en el que está capado por el jefe, en el que se le limita a seguir una línea estricta y claramente definida, una posición en la que no se le permite aportar, crear, avanzar, proponer… una clara incongruencia.
Leemos (y comprobamos) en nosotros mismos o nuestra cercanía sociolaboral que si se contrata a profesionales por lo que saben hacer, se les debe dejar hacer una vez incorporados al puesto de trabajo, porque así podrán aportar desde sus habilidades, conocimientos, buenas prácticas, experiencia… supuestamente es por eso por lo que se les ha contratado, ¿verdad?
Ánimo para este cocinero, para que encuentre pronto nuevo proyecto más ajustado a su personalidad, donde va a ser mucho más eficiente y rentable para la empresa que en su actual posición, y lo que le permitirá ir con alegría al trabajo y desarrollar su labor desde la pasión por el oficio.
Muchas incongruencias vemos, vivimos, sufrimos o provocamos todos cada día; algunas son de pura lógica, de Perogrullo, tan evidentes, que duelen. Establecimientos con precios altos y pretensiones de grandeza donde las servilletas son de papel, mesas y sillas inadecuadas o los uniformes del personal desgastados y de mala calidad, o restaurantes con una carta de vinos amplia, precios de los mismos muy elevados, y sin personal que sepa defenderlos o con una cristalería para su servicio y consumo deleznables, son ejemplo de esto. Vajillas de máxima calidad para restaurantes de precios módicos y cocina muy sencilla, es otro. O vajillas con formas y relieves que dificultan muchísimo los desbarases de las mesas en sitios con personal escaso, con mesas muy juntas o los comensales muy pegados a paredes, columnas y más obstáculos, que casi obligan a los camareros a ser auténticos malabaristas a la hora de acceder a las mesas… hay miles de ejemplos.