Según el diccionario de la RAE nobleza es una cualidad de noble y, también, según la segunda acepción, el conjunto o cuerpo de los nobles de un Estado o región. Que además de Estado aparezca el vocablo región (La RAE lo pone en minúscula, por cierto) tiene su gracia porque España está ordenada administrativamente en regiones o, si se prefiere, en autonomías o comunidades autónomas. Si se ha incluido por casualidad, como referencia al pasado, como alusión a un estamento poderoso tiempo atrás o para ajustar la lengua a las necesidades del momento, siempre será un asunto interesante porque, a pesar de que ambas palabras están unidas por circunstancias lingüísticas, basta con mirar los sinónimos que figuran en la primera acepción y descubrir que tienen tanto en común como Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo… ellas ocupan lugar contiguo en la web de la RAE y ellos el mismo edificio oficial: el Congreso de los Diputados.
La nobleza como cualidad recoge entre otros sinónimos o afines los de honradez, sinceridad, lealtad, desinterés, distinción o señorío, pero da igual, suele atribuirse de forma individual. Como estamento social intemporal la nobleza sí merece algo más puesto que los nobles de antes han quedado reducidos a apariciones en películas y manuales de historia y los de ahora suelen ocupar un par de páginas en las revistas del corazón. Por lo demás, muy pocos rechazarán que como conjunto o cuerpo clásico pinta muy poco en el Estado o en las regiones.
¿Quién ocupa su lugar en estos momentos? Buena pregunta para los futuros sociólogos e historiadores. Por lo pronto, el papel de representación, el poder y la gloria que ostentaron durante siglos han sido trasvasados a quienes ahora se sientan en los hemiciclos hispanos gracias a los votos de la plebe. Es decir, de los plebeyos. De nosotros. Algún día se sabrá si además estaban adornados por la nobleza de espíritu. De momento todo indica que lo que les adorna son la desidia y el descontrol. Pregúntense, pues, cómo presumen unos de regeneración democrática dando como propio un Reglamento de la UE ya aprobado antes y otros de haber estudiado a fondo las enmiendas de la reforma que reducía las penas de cárcel a los etarras. La plebe está de suerte.