Me preciaba de conocer bastante bien Francia; dos de mis nietos son franceses (y españoles) y allá acudo a verlos siempre que puedo. Pero últimamente me he dado cuenta de que todos, comenzando por mí mismo, ignoramos el fondo político y social de lo que ocurre en un país tan cercano. Y que dentro de poco más de un mes podría estar gobernado por la ultraderecha (sí, ultraderecha) de Le Pen, que era una apestada hace muy pocos años y que ahora se convierte en un problema, y para muchos una quizá solución, para nuestro vecino del norte. Atención a lo que ocurra este domingo en las urnas galas, porque, como dice el viejo proverbio, cuando Francia estornuda, España pilla una pulmonía. O un vendaval. Y más atención aún: en La Moncloa miran con aprensión (lógica) estas elecciones francesas como si fuesen una señal para Sánchez: en función de lo que pudiera ocurrir ¿hay o no que adelantar aquí las elecciones generales?
He hablado con bastantes amigos, familiares y colegas franceses que tampoco aciertan a comprender que un partido como Reagrupamiento Nacional pueda alzarse, en un país tan politizado y reivindicativo como Francia, con la victoria incluso en la segunda vuelta de las elecciones legislativas cuya primera parte tendrá lugar ya este domingo. Claro que, en otros ámbitos, son muchísimos los norteamericanos que no entienden que la nación más poderosa del mundo se la juegue en un duelo entre el muy septuagenario (y delincuente) Trump y el octogenario Biden, cuyas debilidades físicas (y memorísticas) van a quedar patentes en el debate que ambos mantendrán, como punto álgido de la campaña, esta semana. El mundo está loco, loco, loco, como rezaba el título de aquella inolvidable película de Stanley Kramer.
Tengo para mí que, por el momento, en La Moncloa, que por cierto no ha enviado a ningún ministro al crucial viaje de Felipe VI a los Estados Bálticos, vecinos de una Ucrania que debería preocupar mucho más en los 'estados mayores' políticos, andan bastante más angustiados con lo que pueda ocurrir en Francia que por los sucesos en otras partes del planeta. Más angustiados aún, fíjese usted, que si Puigdemont se atreve a entrar un día en territorio español, o que si Esquerra decide finalmente aliarse con el prófugo en un frente independentista que deje fuera de la Generalitat a Salvador Illa, la última esperanza del constitucionalismo en Cataluña.
Todo, Cataluña y Francia –actual refugio, al fin, de Puigdemont-- tiene un punto de unión. Si, agotadas todas las posibilidades de investidura –y el reloj se pone en marcha este miércoles con un pleno del Parlament catalán; a mediados de agosto se habrá cerrado el plazo y entonces…--, Cataluña tiene que repetir elecciones en octubre, Sánchez, desprovisto de sus 'apoyos catalanes', tendrá que plantearse si, paralelamente, disuelve las Cámaras y convoca elecciones generales. Posiblemente para perderlas, pese a la ocasionalmente deficiente actuación de la oposición; porque los apoyos con los que podría contar Pedro Sánchez en el Congreso ya no son los mismos, ni el 'coaligado' Sumar es, ni mucho menos, lo que parecía que era.
Y claro, a Sánchez, un hombre que gana incluso cuando pierde, no le gusta perder. Tengo para mí, ya digo, que se va a fijar muy mucho en lo que ocurra en estas elecciones del 30 de junio y del 7 de julio en Francia. No creo que el presidente español tenga una gran sintonía con Macron, pero sí me parece que le respeta como uno de los grandes referentes europeos, además de que Le Pen gobernando Francia sería, por múltiples motivos, un doloroso grano –por lo menos-- para España.
El centrista y desconcertante Macron, convocando estas elecciones tras su derrota en las europeas del pasado día 9, se la ha jugado, como tanto le gusta hacer, jugársela al todo o nada digo, a Sánchez. Si el 'frente anti Le Pen', y por tanto Macron, gana contra muchos pronósticos, tendremos acaso un indicio más a favor de una convocatoria española de elecciones legislativas, en función, claro está, de lo que vaya ocurriendo en la inexplicable política catalana, casi –casi—tan intrincada como la francesa y solo un punto menos surrealista que la española en general.
El mundo cambia, y Europa, hoy abocada al debate sobre quién la dirigirá en los próximos cuatro años, aún más: Portugal, Italia, ahora Francia, dentro de dos semanas el Reino Unido –que no forma parte de la UE, pero sí ejerce una enorme influencia sobre la misma--, los países nórdicos, Holanda, han mudado o están mudando sus gobiernos. Sánchez, que ha cumplido este mes su sexto aniversario en La Moncloa, habrá de reflexionar, quizá esté reflexionando ya, en que nada es inmutable y los cambios, ahora, se producen a ritmo vertiginoso, por lo que más vale asumirlos y tratar de controlarlos que dejarse arrastrar pasivamente por ellos. Porque sabe, supongo, que ni el mundo, ni Europa, ni seguramente España, serán en noviembre lo mismo que ahora, cuando cabalgamos frenéticos hacia ¿dónde?.