Repaso mis notas sobre aproximaciones a 2025, 'el año del Cambio' en tantos sentidos, y debo confesarle que me siento algo abrumado. Nos queda poco espacio para el optimismo y mucho para la reflexión: en 2024 han ocurrido tantas cosas impensables, en el plano nacional y en el internacional, que nada nos permite creer en que los doce meses que nos vienen vayan a ser ni siquiera medianamente apacibles. Comenzando por la toma de posesión de alguien como Donald Trump en la silla más poderosa del planeta. Y siguiendo, en el ámbito doméstico, por la planificación de esos 'cien años de Franco', perdón, de exaltación de la democracia, que se nos preparan aquí dentro.
Pienso que no hay mayor perjuicio a la democracia que usar su nombre en vano con la traición a la verdad. Cuando se dice que 1975 fue el año del inicio de la andadura democrática española se está, simplemente, falseando la realidad y dando una puñalada a la Historia. La democracia no empezó con la simple muerte del dictador: hubo que esforzarse bastante para traerla. Otra cosa es que forzar una efeméride le venga bien al gobernante en su permanente campaña electoral que reivindica su condición de personaje de la izquierda, no sé si con la vista puesta en unas elecciones en 2027 o, más probablemente, antes de esa fecha.
Estando como está el mundo, con lo de Trump, que, ya digo, es visto con simpatía por los regímenes y los partidos menos democráticos del mundo, y con ese más que posible acercamiento entre el nuevo presidente de los EE.UU y la Rusia eterna de Putin, se entienden mal las maniobras orquestales en la oscuridad a las que tan aficionados suelen ser los gobernantes españoles: no sé si se trata de inducirnos a escribir y hablar sobre Franco para que no quede espacio para otros personajes más actuales, pongamos el fiscal general del Estado por ejemplo. O quizá no sea sino una nueva torpeza más de la asesoría monclovita de la que luego no quedará nada. Pero sospecho que lo de Franco, cuya organización nos va a costar un pico, no va a mover a las masas precisamente, ni va a acabar con el alicaído estado de ánimo político de la ciudadanía.
Así, el anómalo país que ya es España va a inaugurar 2025 con nuevas anomalías, entre las que figura el proyectado homenaje a la democracia que aún no fue, cuando lo que nuestra democracia necesita es ejercerla de verdad. Y el mundo entero va a iniciar su andadura por el año que entra de la mano de un personaje por completo imprevisible (en este caso me refiero a Trump), malhumorado, que hace del esperpento y de la mala educación su base de actuación. Si lo analizamos con calma, puede que lo de Franco y lo de Trump no esté, en el fondo, tan alejado a la hora del argumentario pesimista de cara al nuevo año: en ambos casos es la democracia quien sufre.