La honestidad es la puerta hacia cuantos valores adornan la esencia integral del ser humano, su huella indeleble frente a la inmoralidad, lo que hace al hombre y a la mujer, personas de inteligencia extraordinaria, y les dota de prudencia permanente con un sentido positivo y sencillo, siendo la nobleza de sentimientos el fulgor de su vida. De tal virtud, nace la paz larga y duradera en los pueblos y en las naciones, prolongándose en los siglos y llenando lo más recóndito del corazón de compasión desde la mística más alta. Virtud que es bastión donde descansan los perseguidos por la injusticia, en la que pueden confiar los atribulados. La persona honesta es incapaz de dañar o zaherir, de criticar, solo sabe construir, abrazar al mendigo y al enfermo, y defiende la justicia y lo justo, siempre se encuentra al lado de los desvalidos, no deja en desamparo a nadie, no tiene en cuenta la raza, la religión o la posición ideológica. La virtud de la honestidad hace triunfar en cualquier menester de trabajo o profesión, y en sí misma la honestidad es una terapia psicológica que libra al ser humano de patologías físicas y mentales, y de esa virtud fluyen la bondad, la calma, la comprensión y el entendimiento. Está acompañada de la verdad y de la justicia; afronta las situaciones con valentía y decisión, y de ella se desprenden los actos humanitarios más sublimes, los cuales, desbordan los sentidos, y son perennes en el espacio y en el tiempo. La honestidad implica integridad moral, rectitud de conducta, y es ajena a la afrenta y a la intriga. Por ello mismo, el ser humano honesto dispone de salud física y mental, porque nunca participa de la falsedad y de la mentira, no siembra la duda ni la incertidumbre, la honestidad es franca en todo instante. La honestidad llena las páginas de la historia con innumerables gestos de honradez y de repudio a la posesión ajena; de respeto inquebrantable a la verdad, a los derechos humanos en su mayor extensión. Ejemplo extraordinario de honradez para todos los siglos es el de Rodrigo Díaz de Vivar en tiempos de la Reconquista en los reinos de la península ibérica, que pudiendo ser rey de Valencia tras su conquista, ofreció la corona al rey legítimo Alfonso VI.