Hay muchos tipos de silencio. Dos principalmente, el silencio elocuente y el silencio mortal. Uno que dice y otro inefable. Si se recorre el último libro de Lózar y Estalayo, de título Montaña palentina. Tiempo de silencio, la verdad no sabría qué tipo de silencio es el que presentan los autores. Por una parte, el silencio del que parece hacer gala es el que los amantes de ese espacio hemos vivido tantas y tantas veces desde niños, un silencio muy contrapuesto al ruido de las ciudades. La Montaña palentina sigue siendo una gran desconocida para el gran público, para el turismo de masas, y lo que es peor para la inmensa mayoría de los palentinos que apenas saben situar cinco o seis lugares, cinco o seis cimas, algún puente romano, alguna calzada romana, pero muy poco más. Desafortunadamente el silencio de la despoblación y de la ausencia de turismo en muchas épocas del año es evidente. Pero por otro lado el silencio que buscan los montañeros, los que aman la naturaleza en estado puro, ese silencio existe cada vez más. Ahora bien, el tiempo de silencio no quiere decir que las piedras no hablen. Ni que el valle de Pineda o el Cañón de la Horadada o la Venta Urbaneja y el Menhir de Canto Hito sean mudos ante el paso del tiempo. La naturaleza cambia, suena, brilla, se oscurece, no deja de decir. Y si toca berrea, o aparece el oso, el silencio se rompe. La lenta historia se ha ido escribiendo a través del Roblón de Estalaya o del Escurridero, y alguna se recoge en el Museo de Piedad Isla, el de Ursi, el de Herminio Revilla. Es un silencio muy poco silencioso, es puro lenguaje a leer entre líneas. Lo que es indudable es que si algo tiene el recorrido por las páginas de libro de Froilán es cómo abre el apetito, como activa el deseo de acercarse, una vez más, o por vez primera a la Montaña palentina. Insisto, esa gran desconocida. El silencio se perturba. Quienes amamos el silencio, o es más, quienes practicamos una profesión basada en el silencio, como es mi caso, sabemos el buen uso que se puede llegar a hacer de él, o también el abuso o lo que asusta. Pero lo que más odiamos es a quien perturba el silencio. Y es delito de alta traición perturbar impunemente el silencio que nos permite soñar, dormir, escuchar atentamente. El tiempo de silencio que se vive cuando se penetra en la Montaña palentina debería de coexistir con más habitantes, a fin de que no se cumpla eso que escucho a menudo a Peridis: en la montaña palentina nacen más osos que niños.