El cinismo es una abominación de la humanidad, es la orfebrería del mal en cualquiera de sus exteriorizaciones, por ello, los grandes cínicos han usado la tortura, la extorsión, la amenaza permanente, para ocultar sus crímenes y al mismo tiempo incriminar a inocentes.
Hay un reguero de odio a lo largo de los siglos, que oscurece la luz del sol, provocado por la facundia de la mentira en cuantos episodios de la historia, los derechos humanos han sido ignorados, vulnerados, demacrados.
Quienes a través de los tiempos han usado las religiones y las ideologías políticas como amparo para promover las acciones de guerra, las cuales han devastado territorios y millones de vidas humanas, han utilizado la actitud cínica en sus políticas de expansión o falsedad, con el fin de perseguir victorias en los campos de batallas o en los despachos, con traición y alevosía, mediante humillaciones y amenazas desde el poder al vencido o al vencedor. El cinismo es persistir en negar la verdad y no reconocerla; es vivir en la obsesión infantil de triunfos que no existen o fracasados; es tratar de cambiar la realidad, falseando las narraciones o las crónicas de los hechos acaecidos.
Es una lacra humana que empaña la convivencia, es la génesis del delirio del poder y el miedo a perderle; es una patología psicológica de la demagogia, usada por la indignidad de quienes no comparten la validez de la historia.
Merced al cinismo voluntarista, la bajeza moral, espiritual y política de la persona, aumenta con carácter exponencial, convirtiendo las ideas y los pensamientos en los grados más altos de perversión, capaces subvertir la existencia, y de destruir a las sociedades y a las civilizaciones.
El cinismo no reconoce sus errores, no distingue la certeza de los actos humanos ni tiene franqueza para asumir la decadencia de sus proyectos, doctrinas, y proclamas; no tiene firmeza para defender la evidencia. El cinismo está capacitado para envenenar a los pueblos, es diestro en crear confabulaciones, en falsear las noticias. El cinismo es paladín de los infundios graves, de las desavenencias entre naciones. En tiempos de Jesús de Nazaret los cínicos, escribas y fariseos, levantando acusaciones falsas le condenaron a la Cruz.