Subastan ya las terrazas en la capital nuestra, pues tantos quieren colocar sus mesas fuera, para beber, como aperitivo del verano, la ya intensa primavera. En realidad da un poco de pena que los ayuntamientos capitalinos a veces exijan tanto para dejar poner unas sillas afuera. En los pueblos son más relajados, en las aldeas nada se exige, pues todo parecería cuestión de tasas, de impuestos, dineros que las instituciones quieren embolsarse -¿maléficas?-, aunque luego lo derrochen de otras maneras. Sea por repartir el espacio, que en ciertos lugares no es tan grande o lo circulan demasiados, sea por ordenar los deseos de unos u otros, se subastan las plazuelas y rincones donde la cerveza, el zumo o el café nos esperan, tal vez incluso el almuerzo o una apacible cena.
En las aldeas o pueblos esto es esencial. Junto a la iglesia, el lugar fundamental donde las gentes se encuentran es en la taberna, que con el buen tiempo suele salir fuera y a las gentes alegra. Es sano, quien quiera puede fumar, quien no respirar las bellas estaciones de flores o calores, y el vino del otoño beberse entre sonrisas. Así se hace comunidad y se puede tejer la felicidad: compartir es amar. El cielo se ha representado muchas veces como un banquete, tanto para vikingos como para judíos, cristianos o musulmanes, pero bien podría ser también un banquete al aire libre sonriente, como antaño hacían.
Nuestras invernales tierras a estos eventos no animan sino cuando llegan los días largos y se calientan las tardes de siesta serenas. Entonces las calles se llenan de alboroto y alegría. Apenas sucede tanto en tierras gélidas o llorosas, británicas o germánicas, donde las nubes amenazan con empapar los lugares públicos uno y otro día, aguando el festejo. En París, con la tradición mediterránea de los galos, se cubren con tejadillos de tela o vidrio para poder disfrutar de la calle, en un intermedio que desde que llegó la pandemia aquí se ha impuesto también para poblar nuestros inviernos.
Las gentes que disfrutan la calle son un símbolo de la alegría ibérica que como Italia compartimos, afortunados, pues estamos destinados a ser fiesta.