Sal de cualquier pesadumbre y engánchate a la alegría. Aquí estoy, amable lector, con esta gacetilla humanística que sólo busca ver más allá de las carencias que, inevitablemente, nos saldrán al paso en esta vida. Decía Montaigne que «la prueba más clara de sabiduría es una alegría constante». Algo que tiene que ver con acompañar, haciendo que el otro sienta contento a nuestro lado. Pero parecería que andamos escasos, de ese preciado bien que inyecta regocijo a nuestro alrededor. Decía Bernabé Tierno que «Vivir es convivir y convivir es pasarlo lo mejor posible con los demás». Y añadía: «cuesta menos vivir bien que mal y otro tanto podemos decir del convivir». Pues sí: ¿Acaso la inmensa mayoría de los conflictos y malos entendidos que malogran las relaciones, no se deben a nuestra incapacidad para escuchar y compartir desde el respeto? Pero ¿Que hay tras esta actitud? Igual es que no aceptamos a los demás tal y como son; y, por si esto no fuera suficiente, intentamos cambiarlos. Me decía, hace poco, un querido compañero de estos oficios, lo mucho que le había costado interiorizar que cualquiera de las personas de su entorno, más allá de sus defectos, virtudes y flaquezas, era alguien tan vulnerable y ilimitado como él mismo. Le recordé yo, entonces, aquellos versos de Jaime Gil de Biedma: «Que la vida iba en serio uno empieza a entenderlo cuándo es ya demasiado tarde». Pero nunca es tarde si la dicha es buena. Lo primero que deberíamos arrancar de nuestro día a día, es ese defecto de ver defectos. «El que esté libre de pecado que tire la primera piedra». Cuántas veces nos comeríamos nuestras palabras, si consideráramos, tan sólo unos segundos, las consecuencias que seguirán a ese desahogo. De decir lo que tengamos que decir con tacto y de forma afable –y jamás hiriente– depende, en gran parte, una fecunda convivencia. «Comprende para que te comprendan y escucha para que te escuchen». Es difícil fraguar una relación, cuando no hay empatía y entusiasmo por las ideas y proyectos de los demás. Me decía no hace mucho el Doctor Antonio Otero, en amigable charleta, que no era buen camino pretender tener siempre toda la razón. Había que dejar a que el interlocutor viera satisfecho, al menos en parte, su derecho a tener razón. Me viene a la memoria una frase que he escrito ya en otras ocasiones: la razón está para que cada uno la defendamos y entre todos la sostengamos. Te hago una invitación para que, después de leer las páginas de este periódico, preparadas con esmero por mis compañeros, te enganches a la alegría. No malogres tu vida, ni se la amargues a los demás. Deja a tun lado la queja estéril. No hay nada mejor, para el cuerpo y para el alma, que el buen humor y las ganas de vivir. Termino con un par de frases que escuché al Papa Francisco, en sus encuentros con personas discapacitadas y jóvenes: «cuida a los demás y déjate cuidar. ¡Quiérete y quiere!»