Hace tiempo leí un artículo que me sobrecogió. Era de una periodista de El País, premiada poco tiempo antes: Milagros Pérez Oliva. Lo recorté y guardé. Hoy, domingo, lo encuentro. Comparo y -compruebo- que la situación descrita entonces, enero de 2017, bajo el título Morir de indiferencia en la fría Europa, es la misma que se está desarrollando ante nuestros miopes ojos y duro corazón. Sí. Estamos en 2024. Oigo que los migrantes llegan sin temer al tiempo que deberán permanecer sobre el mar desapacible y peligroso en la patera que los trae y en la que, durante la travesía, se verán expuestos a todo tipo de infortunios, incluso la muerte, para llegar a puerto. Son más, cada día, los seres humanos que tratan de vivir un poco mejor. Ella, en su artículo, vuelve a febrero de 1939. Pese a la inclemencia del clima, miles de refugiados españoles permanecieron semanas, primero al aire libre y luego en míseras tiendas de campaña en la playa de Argelet. Muchos murieron de frío, neumonía, gastroenteritis, y otras dolencias.
Pero volvamos a nuestro tiempo. La voz del Papa se alza pidiendo clemencia y perdón, que se haga la paz, que se ayude a quienes emigran. Pero sus palabras resbalan en nuestros oídos. Son días de fiesta y procuramos que no falte nada en nuestras mesas. Vivimos como si todo fuese a desaparecer a la vuelta de la esquina y disfrutar a tope sea meta de obligado cumplimiento en nuestro caminar. Más, aún, quizá en la única finalidad de nuestra vida. Deberíamos hacernos una pregunta: ¿Cómo es posible que pensamientos racistas, nacidos en unos pocos, penetren en nuestra inteligencia y sentimientos y se adueñen de la razón de tantos otros seres que aceptan compartir esas mismas ideas xenófobas? Hace mucho frío en este invierno de 2024-25. En una tienda una madre desesperada despierta al marido: la hijita ha muerto de hipotermia. ¿Sentimos dolor ante tanto drama humano?
¿Qué hace al respecto la UE? ¿Nuestros políticos, miran para otro lado? Miles de personas discrepan con la manera en que se llevan a término las políticas de integración. No todo es justo y, en muchos casos, se favorece a algunos migrantes mientras que otros se pierden en largas listas esperando su legalización para poder trabajar. ¿Dificultades insalvables? No.