Editorial

El día que Bruselas se convirtió en un auténtico polvorín

Diario Palentino
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El sector primario necesita medidas acordes a la realidad, que le permitan cubrir unas necesidades ahora amenazadas

La Unión Europea vivió ayer horas tensas y complicadas, con una tractorada en las calles de Bruselas, una reunión de los líderes que se vieron forzados a abordar en cierta forma los temas que han exaltado los ánimos de los agricultores aunque no estuvieran en el orden del día; los transportistas cercando la capital francesa y mostrándose menos comunitarios que nunca en la frontera con España; nuestro Gobierno defendiendo ante el país vecino los intereses nacionales; protestas extendidas cada vez por un mayor número de estados y el peligro creciente de que el ambiente sociopolítico empeore y tenga consecuencias en las elecciones del mes de junio. 

Y, por si no bastara, en la cumbre extraordinaria para acordar una nueva ayuda a Ucrania, el presidente húngaro volvió a mostrarse reacio. Tocó negociar y ceder hasta convencerle de que se sumara al acuerdo, que tenía que ser unánime. Al final, las aguas fueron volviendo a su cauce y, al menos, en este último aspecto se consensuó el envío de 50.000 millones de euros a Kiev para sostener su economía mientras dure el conflicto. El horizonte temporal de la ayuda es de cuatro años, aunque con un conflicto cuyo final no se vislumbra aún, es posible que todo vaya cambiando.  

 Donde no se produjo un resultado tan positivo fue en el ámbito de las protestas de los agricultores. Entre otras razones porque requieren sentarse tranquilamente, revisar la normativa vigente, ver hasta dónde pueden atenderse unas demandas que tienen mucho de razonable, aunque las formas de plantearlas no fueran ayer las más adecuadas, y evitar que la agricultura y la ganadería europeas pierdan más fuelle frente a terceros países.

Sitiar un barrio de Bruselas, encender hogueras, montar barricadas y derribar estatuas no es la manera de revestirse de razón para protestar y exigir; tampoco lo es bloquear la entrada de productos y enfrentar al sector de dos o más países comunitarios ni lo son las bravatas. Pero los Veintisiete tienen que ser conscientes de que la situación está que arde y lo que ayer parecía un polvorín a punto de explotar en el corazón de la UE podría extenderse en el tiempo y en los territorios -empiezan a convocarse tractoradas y concentraciones a nivel interno, caso de España-. Porque no pueden soportar un cambio de leyes constante, a cada cual más restrictiva, un exceso de burocracia, unos controles de calidad y seguridad que benefician a productores africanos, asiáticos y americanos frente a los suyos, la prohibición del uso de fitosanitarios o una Política Agraria Común tan verde que apenas deja respirar a los profesionales del campo.

Piden medidas acordes a la realidad y que les permitan cubrir unas necesidades amenazadas también por los altos precios productivos.