Es lógico que muchos tengamos sentimientos encontrados. Pocos no albergan una vieja gratitud. Incluso viendo que el rey emérito alaba el silencio de Armada, alimentando dudas y conspiraciones. He leído mucho de ello, sobre todo el libro de Javier Cercas Anatomía de un instante, que escribió «sumergido en un océano de medias verdades, mentiras, hipótesis descabelladas, teorías de la conspiración, etc., pero bien está lo que bien acaba es un viejo refrán en el que creo. Por tanto asumo, como dice el propio Cercas, que el resultado fue que el golpe de Estado blindó a la Corona y la dotó de una legitimidad con la que nunca ninguno de sus predecesores y contemporáneos había soñado.
Todo lo que ahora sale es una basura que duele, porque se forja el envés de este Jano Bifronte cuyas dos cabezas miran distinto, una al pasado y otra al futuro.
La hipocresía e inmoralidad, la oscuridad de una vida, se agrandan porque la armada mediática exprime, hasta dejar una memoria manchada, las dos debilidades de este hombre: el dinero y la bragueta. Ambas, en sí, no han de ser inmorales o antiéticas, pero practicadas desde la impunidad, la mentira y el caparazón económico y jurídico del Estado nos ponen frente algo muy grave que sabía demasiada gente, para nada: presidentes del gobierno, periodistas, empresarios... Alguno, como monumento al cinismo, compró las grabaciones para ofrecérselas al rey como prueba de su vasallaje. De Bárbara Rey digo poco. La extorsión, el engaño y una lengua viperina llena de saña y codicia lo dicen todo.
Durante mucho tiempo me llamé monarquicano. En maliciosas tertulias antimonárquicas siempre puse el ejemplo la Transición. Incluso acepté como incómodo nombrar a un presidente cuando nos iba tan bien. Ahora quiero ser justo y sostener ambos lados de la balanza. Qué tiene más peso es cuestión personal. Así que, cada uno resuelva su balanza, si la tiene, a su manera.