En 1951 el psicólogo Solomon Asch realizó en un instituto de secundaria una prueba de visión. Al menos eso dijo a los alumnos que participaron, sin saberlo, en su experimento. Fue haciendo grupos de ocho estudiantes de los cuales siete estaban compinchados con él, mientras un octavo, el alumno cobaya, creía que el resto participaba en la misma prueba de visión. Asch, haciéndose pasar por oculista, les dibujaba en una pizarra tres líneas verticales de diferentes longitudes junto a una cuarta línea separada de resto y que media lo mismo que la primera. Entonces les pedía que dijesen en voz alta cuál de las tres primeras líneas era igual a la cuarta, respondiendo el alumno cobaya siempre el último, tras escuchar la opinión del resto. La respuesta era tan obvia que no había lugar a error. Sin embargo, los siete alumnos compinchados respondían la misma respuesta incorrecta y claro, el último alumno se sorprendía al ver que todos al unísono elegían una opción tan disparatada. Asch repitió la prueba 18 veces a cada alumno cobaya, y la sorpresa fue que sólo un 25% mantuvo su criterio y respondió correctamente todas las veces, mientras que el 75% restante se dejó arrastrar al menos una vez por la visión de los demás. Finalizado el experimento, reconocieron que distinguían perfectamente la línea correcta, pero que respondieron mal a sabiendas para no ir en contra de la mayoría, por miedo al ridículo o a ser los raros del grupo. Desde entonces se dice que padece el Síndrome de Solomon quien se comporta con el único fin de no diferenciarse, de no destacar, actitud que los puede llevar al extremo de criticar a quienes sí se atreven a hacerlo. Estas conductas, en mayor o menor medida, se dan en el seno de cualquier colectivo. Un ejemplo. Piensen en los simpatizantes de un partido político, el que sea… ¿Han observado lo poco habituales que son las críticas a la gestión de sus propios dirigentes por muy mal que lo estén haciendo? ¿Y de cómo desacreditan al que sí las hace, buscándole oscuras motivaciones personales a su discrepancia? El problema es que esa actitud resta autocrítica y favorece el mantenimiento en sus cargos de políticos mediocres pese a su demostrada incapacidad. ¿La solución? Que perdamos el miedo a ser señalados por la mayoría. Brindo por ello.