Habrá muchos, no digo que no, pero que yo conozca, la persona que mejor solventa el diálogo entre fe y razón y que mejor lleva el birrete y la mitra es Luis Argüello, arzobispo de Valladolid. La civilización se articula en torno a encuentros y desencuentros. Alma y cerebro es uno de ellos. Otro, el de las dos orillas, singularmente las dos orillas atlánticas, el Descubrimiento por un lado y el desencuentro por otro. Ahora Argüello ha sido nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad Católica de Miami.
Tiene Argüello un enfoque intelectual de la doctrina del cual nace la moral y la ética, dos ingredientes que últimamente escasean en la botica y que separan también la barbarie de la civilización. Es listo y rápido, si fuera militar sería un estratega y si fuera músico sería pianista. Le dio por ser cura después de estudiar leyes y por lo mismo se acostumbró a la balanza de la señora de los ojos tapados. Y luego, como de pueblo, cura de pueblo, se habituó a pensar con la lógica del horizonte.
Ahora que la Iglesia se resiente de las dos orillas incómodas, con radicales norteamericanos blandiendo la flamígera contra Francisco y demagogos argentinos incomodando a su propio Papa natal, coser la orilla europea desde la sencilla y antañona Valladolid con un Honoris Causa en la Florida es un ejercicio necesario para evitar males mayores. Al fin y al cabo, es en el continente americano donde la Iglesia más crece y en la Florida donde se nota más la huella hispana.
Argüello tendrá que adiestrar en lo posible a los más alcanforados sobre la necesidad de mirar lejos, a la vez que se mira hacia arriba, porque al fin y al cabo la historia de este purpurado palentino con mando pucelano no deja de ser una historia contra corriente y contra pronóstico como son todas las historias de éxito relevante. La Iglesia se encuentra en una encrucijada compleja, pero como ésa palabra viene de cruz, no dejaría de ser una tesitura de salvación si se interpretara con el tino con que suele interpretar Argüello las tesituras difíciles. Ojala.