En que la lectura de los periódicos me predispone al pesimismo y la decepción. Me refiero a las noticias sobre nuestra vida política. En medio del marasmo en que transcurre la política nacional se produjo la gran noticia tanto tiempo esperada: el desbloqueo del proceso de renovación del CGPJ bajo los auspicios de la UE, tras cinco años de intentos fallidos. Esta noticia está siendo muy comentada en los medios, pero hay que reconocer que es demasiado pronto para calibrar la naturaleza del acuerdo y sus consecuencias. Conociendo el modus operandi del actual gobierno, la desconfianza resulta inevitable. Es una evidencia el deterioro que sufren las instituciones públicas en todos los órdenes, dirigidas por políticos que, en su mayoría, desconocen la naturaleza del cargo que ocupan como premio a su docilidad y sometimiento al poderoso. En estos últimos días hemos asistido a la puesta en marcha de la vergonzosa ley de amnistía aplicada a delincuentes que no tenían otra justificación que su intención de acabar con la unidad nacional, pero cuyos votos son decisivos para el presidente del gobierno. Sobre esta ley que consagra la corrupción política, la maquinaria gubernamental avanza en su irrefrenable camino de destrucción de las instituciones. El menosprecio a la Corona no es más que otro paso en la misma dirección. El embargo de los inmuebles que albergan las sedes del Instituto Cervantes en el extranjero por falta de pago del alquiler, apoya aquel propósito. El indulto a los acusados en el escándalo de los ERE de Andalucía, el caso de corrupción más grave en la vida de nuestra democracia, produce asco y bochorno. Y en esta sucesión de sobresaltos, nos llega la decisión tomada en la Diputación de León de abandonar la Comunidad autónoma en la que se encuentra, emancipándose de aquella, para erigirse en una comunidad uniprovincial. Situación que se planteó en 1983 sin llegar a consumarse, pero que alguno de los partidos locales leoneses intenta resucitar con el apoyo del PSOE. Y es que hay días en que la lectura de los periódicos nos produce la triste sensación de vivir en una esquizofrenia ética que socava nuestra convivencia.