No oculto mi desconcierto hacia ciertos analistas con la operación especial rusa. La comprensión de la izquierda radical hacia Rusia se apoya en la nostalgia, ya que recuerdan el sueño soviético; espero que sean conscientes de que la Rusia actual es diferente. Gracias a dicho sentimiento, se explica la oposición a cualquier ayuda militar a Ucrania y la indiferencia a los cientos de miles muertos no palestinos.
Las élites occidentales europeas están profundamente irritadas, tengan el componente ideológico que tengan. Llevan décadas diciendo que esto era imposible porque a nadie en su sano juicio se le ocurriría atacar a su mayor socio comercial mediante el chantaje, amenazarle con el uso de armas nucleares o interferir en procesos electorales; pues Rusia ha acudido a todos esos métodos.
Hasta hemos vivido un amago de revuelta militar liderada por el fallecido Yevgheni Prigozhin. Su abrupto final dejó tantas preguntas sin responder que envuelve a la Rusia moderna en una neblina oscura.
Hay una minoría culta de analistas que dicen defender la política exterior tradicional, donde la fuerza es el activo más preciado. Según esta tesis, Ucrania debería ceder básicamente por dos argumentos: el brutal poderío ruso y la existencia de una población mayoritariamente rusófona en la zona invadida.
No es honesto argumentar que lo expuesto se basa en una escuela política cuyos principios no son esos. La Realpolitik indica que la fuerza de los hechos influye en el resultado político. Cuando obviamos la realidad, construimos paraísos terrenales indefendibles. ¿Tienen que ser los países étnica y culturalmente homogéneos? ¿Podemos aceptar cambiar fronteras por la fuerza? ¿Estamos obligados a importar energía de un país que nos amenaza con la destrucción nuclear? ¿Es ético un gaseoducto que elude a nuestros vecinos geográficos?
La Realpolitik nos diría que la Unión Europea y Rusia se necesitan mutuamente. El gigante ruso vive una implosión demográfica aguda y tiene frontera con países potencialmente inestables, imbuidos en corrientes religiosas extremistas; mantiene la quinta frontera más larga con el segundo país más poblado del mundo; y su sistema político es débil al desconocerse cómo o quién puede sustituir algún día a Putin.
El realismo recomendaría dotarnos de una industria armamentística fuerte y diversificar nuestras fuentes de energía. Rusia se ha equivocado de enemigo al intentar construir un futuro sobre un pasado nostálgico. El peligro no viene del Oeste. Debemos impedir que agrave su error con una victoria militar sin ningún beneficio estratégico.