Un festival nace, por regla general, del entusiasmo y la afición de una o varias personas a una determinada música. Y lo hace para divulgar ese estilo entre los conciudadanos, de la mano de los mejores intérpretes. Es pequeño, en sus orígenes, tropieza con dificultades, solventa problemas, toca a muchas puertas para obtener financiación y tira de las agendas de amigos y conocidos para convencer a los participantes. Lleva, eso sí, mucho tiempo organizarlo y no pocos dolores de cabeza, pero si tiene éxito, si la oferta cuaja entre la gente y va ganando adeptos en sucesivas ediciones, acaba cobrando una importancia significativa para la organización, para el público, para el lugar de celebración y para los artistas. El Palencia Sonora, que cumple este año su vigésima primera edición, ya pasó por todo lo dicho y ha conseguido ser un referente en el vasto mundo de la música indie, amén de llevar el nombre de la ciudad a un buen número de lugares, desde los que llegan participantes y asistentes a cada nueva cita y de tener repercusión social y económica. Nada desdeñable, por cierto.
Las cifras hablan por sí solas y animan, desde luego, a sus promotores para seguir en ello, ya sin miedos ni pasos atrás, desde la confianza que da contar con la aceptación masiva y con el aplauso general. No se puede afirmar que le guste a todo el mundo, ya que eso es algo que jamás se cumple, pero ha puesto de acuerdo al mundo de la hostelería y el turismo sobre sus aciertos y a las instituciones públicas en lo que a promoción de la capital y su alfoz se refiere.
Hablamos de que el festival, en sus dos décadas de vida, se ha traducido en unos 45 millones de euros, en la suma de 150.000 espectadores, en unos 150 empleos por edición, en más de 350 artistas sobre sus escenarios, en hoteles, apartamentos, pensiones y hostales llenos, en bares y restaurantes a rebosar, en taxistas que doblan la facturación respecto a cualquier otro día, en proveedores de servicios y material que ven incrementada la demanda, en establecimientos comerciales que sienten sus efectos positivos y en dinamización de la ciudad durante sus cuatro días de duración. Este año tendrá lugar del 6 al 9 de junio, con algún prólogo y con varios escenarios, aunque el parque del Sotillo sea su centro neurálgico.
¿Se puede renunciar a un evento que reúne a cuarenta nombres de la mejor música indie, que llena los alojamientos de un año para otro y que aporta beneficios a la ciudad, a razón de un gasto medio por persona y día de unos 150 euros? El festival sigue su exitoso camino, Palencia gana en repercusión externa y en economía interna y presume de capacidad de convocatoria. Es un recurso cultural que congregará a veinte mil almas a orillas del Carrión. Irrenunciable, de todo punto.