Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Joker 2

04/10/2024

Votar periódicamente no es la esencia de la democracia. No significa que unas elecciones libres y un recuento transparente no sea deseable, sino que requiere de un entorno legal y vital más ambicioso. En Occidente han creído ingenuamente que comicios y democracia eran sinónimos, aunque las dictaduras prefieren no arriesgarse con el invento.

Una separación de poderes real es indispensable, porque la fuerza del poder ejecutivo y las dimensiones modernas de la Administración asfixian a la sociedad civil. La libertad de expresión es garantía de una democracia viva y una característica exclusiva de una sociedad libre.

Desgraciadamente en Occidente hemos ido debilitando el tejido democrático por varias vías. El debate intelectual se ha empobrecido con el dominio aplastante de lo políticamente correcto, ya que la cultura de la cancelación impide confrontar ideas. La consecuencia es que la clase política ignora la opinión de los votantes por un lenguaje moderno. El programa electoral se ha vuelto tan etéreo que los anteriormente partidos hegemónicos tienen discursos cuyos matices son difíciles de apreciar; por tanto, la empatía o el carácter pasa a ser el elemento clave.

El resultado de esta deriva es una profunda desconfianza en los partidos tradicionales y una creciente apuesta por partidos con mensajes aparentemente radicales, sencillos y sin matices; cierto es que incluso puede que no se esfuercen en tener programa conocido.

Hasta la fecha la única estrategia que se ha aplicado consiste en demonizar a sus miembros e impedir a toda costa que lleguen al poder. Nadie duda que Donald Trump es un peligro planetario, Le Pen es una extremista, Alianza para la democracia representa la ultraderecha alemana y por tanto nazi, mientras que Viktor Orbán es lo peor de Europa porque encima gobierna.

Cuando descalificamos al votado estamos criticando al votante y diciendo que solo es lícito un tipo de voto, el que uno tiene. ¿Entonces para qué votamos? Al rechazar su acceso a las instituciones impedimos que adquieran experiencia en la moderación que conlleva la gestión de problemas y fortalecemos su discurso victimista. Sería más inteligente preguntarse por qué millones de personas les otorgan su confianza.

Alianza para la Democracia tiene un programa simplista, se nutre de las bajas pasiones y es de izquierdas. La prepotencia de Angela Merkel, sus múltiples errores y la falta de respeto de la clase política al votante explica su éxito. La dictadura de lo correcto abona el camino a los extremos.