Antonio Álamo

Antonio Álamo


Rechifla

09/11/2023

Hay un libro de Ian Kershaw que me encanta. Se titula Descenso a los infiernos y su primera edición en España salió a la calle en abril de 2016 gracias a Editorial Crítica, empresa del Grupo Planeta. El autor es un prestigioso historiador inglés y la obra abarca el periodo comprendido entre 1919 y 1949, casi coincidente en espacio temporal con lo que Wikipedia denomina periodo de entreguerras. El libro se lee como una buena novela porque toma el pulso a la sociedad de la época y no se ceba en el relato de episodios políticos y militares sino que, entre otros aspectos, ahonda en las condiciones de vida de los ciudadanos y en su capacidad cultural para interpretar lo que estaba sucediendo. Y de paso ofrece ciertas sorpresas como es el caso de la desmitificación de asuntos como el Plan Marshall y el crecimiento económico europeo.
El libro, eso sí, no va a ayudar a entender la situación internacional que tenemos delante pero a cambio sirve como recordatorio de que las épocas de tranquilidad no son ni duraderas ni eternas. Ni a nivel internacional ni nacional. En el plano exterior sí parece evidente que el orden mundial es ya multipolar, que los conflictos bélicos no han desaparecido, que China emerge como potencia global (ratificando así el pronóstico de Samuel Huntington), que la ampliación de la Unión Europea empieza a parecerse a la Caja de Pandora poco antes de ser abierta y que crecen por doquier tanto los nacionalismos como los modelos autoritarios encarnados en unos cuantos presidentes de gobierno repartidos sin excepción en todos los continentes.
Si se mira más cerca también cuesta entender lo que está sucediendo pero sí sirve como recordatorio de que las épocas de tranquilidad en este país ni son duraderas ni eternas. Ha bastado un resultado electoral que obliga a pactar para desatar los demonios que unos y otros tenían encerrados. Se considere uno progresista o liberal es lo de menos. Y más. Que uno proclame que lo suyo es progresismo y que el otro afirme que lo suyo es liberalismo no les hace ni progresista ni liberal. Suena a rechifla. Les guste o no a los progresistas, a los liberales, a los de la amnistía y a los cafres de las algaradas, lo suyo no pasa de ser retórica de garrafón.