A pesar de que este año nació en domingo y de que los chinos, según su horóscopo, aventuraban como tiempo preferente la exaltación del conejo, un ejercicio fértil plagado de algunas venturas, lo cierto es que los meses transcurridos no dieron en España para muchas certezas y sí escasas alegrías. Ya lo dijo una vez nuestra Lola de España, la Flores, de cuyo nacimiento se cumplieron 100 años: «En este país no se aprovechan los días buenos». Lo dijo cuando mantenía un enorme idilio con el formidable cantaor Manolo Caracol. Pedro Sánchez nos obsequió nada más empezar enero con la desaparición legislativa del delito de sedición y el adelgazamiento de la malversación. Inmediatamente, esa decisión produjo otra judicial de trascendencia parigual: el magistrado Pablo Llarena cambió la orden de detención europea de Carles Puigdemont y la rebajó a desobediencia y malversación. Parece que, por una vez, los jueces de la Unión Europea -ante los cuales se dilucida siempre buena parte de nuestro futuro polítíco- hicieron un poco de caso a su homólogo hispano, y, a consecuencia de la acción de Llarena, retiraron la inmunidad parlamentaria al expresidente de la Generalitat. La ministra española del ramo, Pilar Llop, por lo común siempre silente, se soltó en esta ocasión el pelo y proclamó solemnemente: «Dejémonos de paños calientes, el ciudadano Puigdemont debe presentarse ante la acción de la Justicia».
Corría el 5 de julio. En noviembre se rectificó a sí misma, pero acogiéndose entonces a su tradicional discreción. Al final calló como un difunto. No fue la única en declaraciones y silencios: por España, y a raíz de las elecciones generales de julio, corrieron multitud de palabras del presidente del Gobierno negando, primero, la amnistía a los condenados por el golpe de octubre del 17, y después, el pacto con independentistas y filoterroristas. Quédense quizá con la declaración formulada por Pedro Sánchez ante las cámaras amigas de Televisión Española el 21 de julio de 2023. Le preguntó el periodista: «¿Le daría a los partidos independentistas una amnistía o un referéndum a cambio de la investidura?». Respuesta rotunda del presidente: «No, digo lo que he dicho siempre: No». Y así está España.
Otra investidura parlamentaria, la segunda en un trimestre, fue la que llevó a Pedro Sánchez Pérez-Castejón a comandar una nueva legislatura. Ante el Pleno del Congreso, había fracasado la Opción Feijóo, a la que le faltaron cuatro votos para hacerse con la Presidencia de la Nación, Un cronista tituló entonces: El ganador ha perdido. Apenas un mes después podría haber escrito: El perdedor ha ganado. Así son las cosas -decía- en las monarquías parlamentarias, en las cuales el Rey se limita a refrendar no solo los actos del legislativo, sino también los del Gobierno. Por eso, en esos días en que algunos comentaristas pregonaban la perentoriedad de que el Rey, a raíz de la promulgación de la Ley de Amnistía, acudiera a las televisiones a remedar su discurso del 3 de febrero de 2017, desde La Zarzuela se replicó enigmáticamente así: «Cuando toque, se hará lo que toque, y cuando se deba, se hará lo que deba». Zanjado este debate. Pero no el de la amnistía y el de los correspondientes pactos de Sánchez con los secesionistas, terroristas y demás compañías. Las concentraciones organizadas por el Partido Popular para el 12 de noviembre supusieron, según expresaba al día siguiente el diario El Mundo: «La mayor oposición política y cívica jamás movilizada». Dos millones de españoles poblaron las plazas de las capitales nacionales, el antecedente cuantitativo podría situarse en la manifestación tras el golpe de Tejero y sus secuaces, pero entonces los convocantes no llegaron a esa cifra. Un dato clonado, un poco a la baja, eso es cierto, en la magna manifestación posterior que concluyó con un mensaje idéntico al de fechas antes: «España no se vende».
Pero Sánchez ganó en las Cortes en un país que, curiosamente, se había sumergido en la política concreta y había dejado al margen los avatares económicos que, según todos los expertos, no eran precisamente satisfactorios para España. Por ejemplo, un problema ya acuciante: durante todo 2023, la inversión extranjera, con todo lo que supone para las finanzas de un país, había caído en un 27 por ciento. Alarmante por lo que tiene de influencia en el asentamiento estable de una nación. Un país al que el Gobierno había quitado definitivamente -creemos- la mascarilla de la Covid y que seguía sin conocer cuantos muertos había causado aquel bichito inofensivo -decían los primeros voceros- que China había exportado a todo el mundo. La Sanidad entera respiraba por esta enhorabuena y enfocaba la realidad de un ámbito legal, el Aborto, que el Tribunal Constitucional había dictaminado como perfectamente adecuado a la Ley después de, nada menos, que 10 años durmiendo el sueño de los justos en las sucesivas ponencias del Tribunal. Esta institución recibió con uñas y dientes la llegada del magistrado Conde-Pumpido a la Presidencia. Del día de su toma de posesión puede recordarse este titular madrileño: El PSOE llega al TC. Una forma de ver las cosas.
De verlas en una España que asistía conmovida y extrañada al fracaso de las encuestas del 23 de julio que habían previsto un rotundo triunfo del PP. No fue así, y Feijóo, al que todo el mundo daba por presidente, tuvo que amoldarse al shock de una victoria muy insuficiente, solo 137 diputados, por los 122 del PSOE. No respondieron estos números a los que se produjeron el 28 de mayo, cuando el partido de Feijóo arrasó en prácticamente todos los municipios y ayuntamientos del país. ¿Qué pasó en apenas dos meses? Pues los estudiosos del lugar aún están investigando los porqués, uno de los cuales, el más expandido, responde a la realidad de un electorado de izquierdas movilizado a granel ante el temor de que llegara al Gobierno central una coalición del PP con Vox al estilo de las que, desde mayo, se cumplimentaron en autonomías como Castilla y León o Valencia.
Por unos días, únicamente por uno, el suflé político se apagó una décima porque una muchacha, de apenas 18 años, concitó la expectación de todos nosotros. La infanta Leonor, que llevaba en la dura Academia General Militar desde el mes de agosto, juró bandera en ella y luego, en un acontecimiento trufado de simbolismos y empequeñecido por algunas ausencias, llegó hasta el estrado de las Cortes para asegurar su adhesión inquebrantable a la Constitución. La princesa, según la referencia general, enamoró a toda su nación con su firme prestancia, muy al estilo vibrante y emocional del que, en canciones varias, había utilizado Nino Bravo, del que se cumplieron 50 años de su muerte. ¿ Anno Domini' reza la habitual tradición? Pues, según desde el punto de vista del que se mire… Quedó claro en todo caso: el conejo, más por su trascendencia que por su grandeza, parió un elefante.