Todo el mundo sabe que la ciencia no sería posible sin una buena base presupuestaria y que la investigación no avanzaría si no hay una institución potente detrás de cada proyecto. Pero lo que poca gente sabe es que la diplomacia es otro de los pilares fundamentales para que salgan adelante grandes iniciativas internacionales, como es el caso de la Estación Espacial Internacional (ISS), el Centro Europeo para la Investigación Nuclear (CERN) o la investigación antártica.
Además de miles de millones de euros, estas grandes apuestas tecnológicas no habría germinado sin altas dosis de malabarismo diplomático. Así, la ciencia ha encontrado también en las relaciones internaciones una de sus mejores herramientas para aumentar la cooperación y la transferencia de conocimientos.
Ni la lucha contra el cambio climático o la pérdida de biodiversidad, ni la gestión y la conservación del Ártico -salvaguardados bajo sofisticados tratados internacionales- avanzarían si no fuera con el sostén de la ciencia, pero tampoco si no contaran con el patrocinio y el amparo de la alta diplomacia.
Precisamente el término diplomacia científica hace referencia a la aportación de las relaciones internacionales con el fin de asegurar que los países participen en destacados proyectos tecnológicos, capten y aporten fondos y transfieran ese conocimiento a la industria. Pero también para divulgar la «excelencia» de la ciencia, en este caso española, impulsar el asociacionismo de los académicos en el exterior y reforzar el castellano como lengua de conocimiento y de investigación.
En español
Con esos objetivos, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) fomenta las relaciones científicas internacionales e impulsa una red de consejerías culturales y científicas en el exterior que durante los últimos años han puesto el foco en varias líneas de trabajo prioritarias, como el papel de la mujer y la ciencia en español.
España impulsa la investigación nacional en el mundo a través de su red de embajadas y de sus múltiples actividades científicas, que dan visibilidad al sistema español de ciencia, tecnología e innovación. Además, el Estado colabora a nivel interno en el refuerzo de transferencia de la ciencia a la empresa.
Esa diplomacia ha permitido conectar a investigadores nacionales con diversas compañías y plantear posibles colaboraciones entre las partes, así como dar a conocer a empresas emergentes con el sector privado o con representantes de la I+D+I de otros países.
Los expertos consideran esa diplomacia imprescindible para resolver algunos de los mayores desafíos -el cambio climático, pandemias o desastres naturales- o para alcanzar muchos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ya que la ciencia, la innovación y la cooperación internacional son imprescindibles para mejorar la seguridad alimentaria, la potabilización del agua, la salud e higiene de la población o la carencia de energía.
A la ayuda diplomática del Estado a través de la AECID se suma la del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y su proyección internacional.
«La ciencia y la geopolítica están unidas por la diplomacia», manifiesta Isabel Díaz, vicepresidenta adjunta de Internacionalización del CSIC, y asevera que no puede haber retos científicos de envergadura en los que están involucrados varios países sin que haya intervención diplomática.
«Solo con la evidencia científica y los datos que obtienen los investigadores se puede armar una cartera política con la que ejercer la diplomacia para tener éxito y lograr beneficios para un país», apunta la vicepresidenta del CSIC.
Todos los expertos coinciden en que el mejor progreso es aquel que se nutre de la ciencia a nivel internacional y del esfuerzo conjunto de los gobiernos y de la iniciativa privada. Solo así se consigue una transferencia efectiva de conocimiento y un desarrollo sostenido de las economías.