Queridos lectores, paz y bien. Un domingo más, Jesús se nos hace el encontradizo y con la franqueza que le caracteriza, nos reitera esa pregunta tan incómoda como conveniente que les hacía a sus seguidores: «¿De qué discutíais por el camino?».
Y entonces y ahora, queda patente que la música que resuena en nuestros corazones no es a menudo precisamente la del Evangelio: «ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante».
El ser humano, en la visión bíblica, está constituido por el cuerpo, el alma y el espíritu. Somos vulnerables en los tres, pero eso de ser el más importante, sobresalir y dominar, lo tenemos grabado a fuego.
De entre los pecados capitales, los más sutiles y por tanto peligrosos, no son aquellos que tienen que ver directamente con nuestra carne (gula, lujuria, avaricia), ni siquiera los que tiene que ver con nuestra alma (ira, tristeza, acedía).
Aquellos pecados que más hemos de vigilar tienen que ver con el espíritu, y son la vanagloria y la soberbia. Es ahí donde el Espíritu Santo tiene más dificultades para sanarnos y recrearnos en nuestra condición de hijos de Dios.
En efecto, frente a los engaños o seducciones del Enemigo, el Espíritu nos quiere regalar sus inspiraciones. Frente a la vanagloria nos regala la modestia y benevolencia que son comunión. A la soberbia le hacemos frente con el pensamiento humilde. De hecho, Jesús responde a sus amigos marcando la vía de la minoridad y el servicio, el camino de la acogida a los más insignificantes en su nombre (los niños apenas contaban nada en las sociedades antiguas).
Y para lograrlo, ¿cómo trabajar en nosotros el superar a unas tentaciones tan poderosas y aparentemente imbatibles? Pues una vez más, tenemos que responder diciendo, que no por puños, por empeño o por esfuerzo de la voluntad. Eso lleva a la decepción, al desastre, y a la desesperación.
Abrazar a los últimos en nombre de Jesús y huir de la vanagloria solo pueden ser fruto de un regalo grande. Y ese regalo es la Eucaristía.
En la Iglesia estamos preocupados por los indicios que auguran en nuestra sociedad del bienestar una decadencia de los valores y de la propia humanidad, una caída de las vocaciones y de los compromisos para la transformación de la sociedad. Los católicos hemos de discernir qué quiere Dios de y para nosotros. Frente a una existencia solitaria y egoísta, frente a la obsesión por lucirnos, figurar y controlar, tiene que haber una alternativa. Y la tenemos en casa, en el seno de la comunidad, cada domingo y cada día.
Cristo se nos regala y se nos ofrece, se sacrifica por nosotros hasta el final dándonos su Cuerpo y su Sangre. Una existencia eucarística nos devuelve a nuestra verdadera identidad. Frente a la enajenación de un consumismo desenfrenado, la alternativa consiste en consumir el Pan sagrado y sumirnos en la corriente del Amor de Dios. Consumamos así la Alianza con el que simplemente nos ama y espera en cada instante, en cada persona, en cada silencio.
Rindo una memoria agradecida a mi antecesor en la sede palentina San Manuel González, que no ha de ser ni mucho menos una referencia del pasado, sino de una fecunda actualidad, en lugares tan insospechados como los Estados Unidos.
En Indianápolis, se celebró el X Congreso Eucarístico Nacional, y en él San Carlo Acutis y San Manuel fueron sus patronos. Allá, miles de católicos experimentaron el Renacimiento de su fe, tras una gran peregrinación.
La Misioneras Eucarísticas de Nazaret, las Nazarenas, fundadas por San Manuel, están muy presentes en ese proceso de despertar eucarístico en tantos lugares de España y del mundo. Con su mediación, esta semana visitará su tumba en la catedral un grupo de peregrinos norteamericanos que vienen a visitar los lugares de España relacionados con San Manuel.
Por otra parte, contamos en la ciudad con el privilegio de tener a Cristo Eucaristía permanentemente expuesto en el monasterio de las Claras de la calle Burgos.
Es un regalo que continuamente haya personas adorando, alabando al Señor, intercediendo por nuestra diócesis, por cada comunidad y cada situación. Un verdadero pulmón espiritual, que os pido que cuidemos, y más en este año de la oración.
Dios nos llama a eucaristizar la existencia, a vivir la vida como acción de gracias, porque la vida es un don recibido, que ha de convertirse en un don donado.
Hay que elegir los caminos: el dominio y el autobombo, o el servicio y la adoración.