El tiempo enmarca nuestras vidas, supone un principio y un final a su trama. Nuestras acciones se desarrollan en el corto intervalo que transcurre entre «un antes y un después de» -la pequeña historia de cada uno-. Antes ya palpitaba el mundo y después lo seguirá haciendo.
La conciencia de esta realidad es una permanente invitación a las preguntas: ¿de dónde vinimos? ¿hacia dónde vamos? ¿por qué ahora? ¿por qué aquí?
En esta visión del tiempo no podemos hacer otra cosa que constatar nuestra finitud y quizás esta ineludible certeza debería llevarnos a cuestionar muchos de nuestros afanes y preocupaciones.
Hay también otro modo de percibir el tiempo en el que nuestra relación con él funciona de manera diferente. En él se nos muestra como un don recibido, algo personal que podemos usar mejor o peor, y cuya calidad va a depender más de nosotros que de factores externos.
Hoy vivimos muchas veces sumidos en prisas insoportables, bajo la tiranía de la inmediatez, y es un hecho que esta revolución está alterando nuestros ritmos psíquicos y dañando nuestras relaciones. Es evidente que la incidencia de las nuevas tecnologías y las redes sociales, tanto en los espacios de trabajo como en la vida familiar y de ocio nos arrastra hacia comportamientos en los que la facilidad de hacer las cosas parece que lleva consigo, necesariamente, la urgencia de hacerlas. Pero en un mundo abierto a tantas posibilidades y tan a la mano, es fácil caer de lleno, sin darse cuenta, en adicciones que solo nos van a dar disgustos.
A nuestros niños y jóvenes y a los que ya no lo son tanto, les resulta cada vez más difícil concentrarse, resistir los impulsos, aplazar la satisfacción de los deseos.
Nuestro equilibrio vital, la paz en nuestras familias, el trabajo bien hecho, el cuidado de los más débiles, en definitiva, todo lo que realmente importa, nos impone una tarea: recuperar algunos verbos imprescindibles, esos en los que el tiempo no agrede, no consume nuestra energía, no nos apremia, sino que se demora y nos permite disfrutar en toda su intensidad cada momento. Esperar, contemplar, reflexionar, pensar, abrazar, leer, silbar, jugar al ajedrez, pasear, escuchar, rezar, … son solo algunos de ellos.