Hace mucho, no recuerdo el año, pero sí donde leí aquella frase. Fue en un semanal de El País. Hoy, ignoro por qué, ha vuelto a mi mente como si la estuviese leyendo en las letras doradas de un espejo en el que se hubiesen dibujado -con plantilla- encima del azogue, las letras que formaban aquella frase y, luego, con paciencia y buen pulso, ese azogue se hacía desaparecer en cada letra, hueco que se rellenaba con una pintura dorada que resplandecía como el Sol por el otro lado del espejo. En mi primer colegio en Palencia, Juan Mena, donde estuve muchos años, contenta como maestra, solía hacer ese trabajo manual con las alumnas mayores. Cada una hacía su nombre que se podía enmarcar y adornar en la pared del dormitorio compartido con otras hermanas. Tiempos en los que traer hijos al mundo era un gozo en el más amplio sentido de la palabra. Y heredar la ropa del hermano mayor no significaba desdoro ni nada parecido. Y, ahora, les voy a escribir la frase que me encandiló, pues de otro modo, no habría permanecido escondida bajo alguna de las capas de la memoria: «No hay que dejar atrás el sonido de las palabras». ¿Hermoso propósito, no? De lo que estoy -casi segura- es de que pudo ser escrita por un soñador, quizá, un poeta. Y lo digo porque en estas palabras se resume todo un proyecto de vida, buscar la belleza en cada palabra que se pronuncie en el día a día. Hay veces en que personas jóvenes, van radiando, al hablar por su móvil, palabras altisonantes o groseras. Y que, quizá, no sean necesarias, ni agradables al oído. ¡Cuántas veces he perseguido ese ideal al escribir alguno de mis relatos! Confieso que, paciente, cambié palabras dentro de la frase que, con el mismo significado, fueran armónicas y consiguiesen una modulación en la que el ritmo aparecía donde yo deseaba dar a la frase la posibilidad de enganchar al lector. ¿Lo conseguí? La verdad es que la respuesta está en el viento. Por mucho que lo intente no sé qué decir. Sin embargo, desde Venezuela, Carmen García Guadilla, palentina, me ha localizado por medio de Diario Palentino, que se disfruta en el mundo mundial. Leyó un relato mío titulado La Alonsa y lo puso en su blog y ha gustado mucho. Quizá, los aires del relato, soplaron en dirección acertada.