La derrota del Barça condicionó el derbi madrileño. Es una afirmación para la que no hay pruebas, pero sí múltiples sensaciones: el que perdiera, iba a quedar tocado. Casi de muerte el Atlético, mal parado el Real Madrid. Así que Ancelotti acudió a su manual más italiano y Simeone, a la versión más conservadora del 'cholismo', y del encuentro de ambas libretas salió un derbi de esos que se definen como «intensos» para no escribir «mediocres». Poco fútbol, pero todos satisfechos, como en las resacas post-electorales: el cuadro rojiblanco podrá decir que sigue sin perder ante un rival que lo gana prácticamente todo, y los merengues, a secas, que siguen sin perder (ya son 40 partidos, a tres del gran récord histórico del Barça).
Lamentable
El bochorno de la suspensión temporal hizo más ruido que el propio choque. Todo iba sobre raíles (incluso Vinícius, amigo de todas las batallas, se daba la mano con Molina en duelos calientes o parlamentaba con Llorente) hasta que marcó el Madrid. Mal Courtois girándose para festejar -difícil aguantar el odio de los indeseables-, horrible un sector de la afición silbada por el resto del Metropolitano, lamentable Simeone señalando al portero belga como el tipo que prendió la llama. Si del gran partido de la jornada, la imagen más vista de nuestra competición, queda un encuentro mediocre y un espectáculo lamentable grada-césped…
Juventud
Todo esto sucedía 24 horas después de que el Barça finiquitara su arranque inmaculado. Tantos cambios y tanta juventud (apenas 23 años y medio de promedio en el once) permitieron a Osasuna interpretar en su hogar (13 puntos sobre 15 posibles) un duelo parecido a «primer equipo contra un filial cualquiera». Flick debe regular un equipo condicionado por muchas bajas, y hasta ahora lo había bordado. Un trabajo impecable con un borrón muy ruidoso (4-2): los 'niños' dan la talla si hay varios adultos 'al cuidado'. El Sadar devoró a los chavales.