Pedro Sánchez volvió a hacer de la necesidad virtud: la cabeza de José Luis Ábalos debía ser su cortafuegos para no salir chamuscado del caso Koldo y que no le alcanzase la presunta trama vinculada al cobro de mordidas en la compra de mascarillas durante la época más dura de la pandemia que, supuestamente, abanderó Koldo García, la mano derecha de su exministro.
Pero no contó con que su antaño hombre de confianza no se iba a dejar guillotinar. El extitular de Fomento no aceptó el papel de oveja, prefirió el de lobo, y se echó al monte...o lo que es lo mismo renunció a entregar su acta de diputado y se pasó al Grupo Mixto.
El PSOE ha abierto el proceso para expulsarle del partido -algo que el ahora apestado ha anunciado que recurrirá- pero la bola de nieve ya corre colina abajo a toda velocidad. Ese desafío abre a los pies del líder socialista un vacío que da vértigo. Se enfrenta al mayor gesto de insubordinación interna que ha afrontado a lo largo de su mandato (algo a lo que no está acostumbrado) y las consecuencias pueden ser imprevisibles.
En su comparecencia para dar cuenta de su amargo adiós, Ábalos dejó para el final una frase que se puede interpretar a modo de aviso a navegantes. «Sé que tienen muchas preguntas...yo también tengo muchas respuestas y las voy a ir dando». El hombre que conoció -y manejó- las cañerías del partido como secretario de Organización está claro que puede poner nervioso a más de uno. ¿Tal vez a toda la cúpula de Ferraz?
La Ejecutiva Federal no termina de digerir un mazazo que lo ha sentido como un gancho del Tyson de los mejores tiempos. El compañero que representaba la ortodoxia del partido, protagoniza ahora una rebelión espartaquiana, aunque en su caso en solitario.
El escenario que pinta su resistencia (¿inspirada por el manual del presidente?) resulta preocupante para el partido y para Pedro Sánchez en particular, que ha decidido cortar amarras con uno de los pilares de su núcleo duro. De hecho, él se encargó de defender la moción que impulsó el PSOE para desalojar a Mariano Rajoy de la Moncloa. Fue su catapulta a la gloria, y luego añadiría la cartera de Fomento al cargo de secretario de Organización socialista.
Cuenta Sánchez en su Manual de resistencia que al finalizar el debate de la moción de censura que acabó con Rajoy, Ábalos pronunció una frase referida a una popular serie danesa: «Borgen… ¿qué Borgen? ¡La política española es mucho más emocionante y auténtica!».
Para los no teleadictos, Borgen narra el ascenso de una mujer al puesto de primera ministra de Dinamarca y la influencia del poder en su vida profesional y personal. Es un reflejo de la política vinculada al poder, la manipulación, las traiciones y la corrupción. Es posible que les suene el guion...
El desafío de Ábalos pone a Sánchez en una encrucijada. Si el exministro acaba siendo imputado o si comienzan a filtrarse informaciones que pringuen a Sánchez, ¿cuál será el camino a seguir? El líder socialista justificó su moción a Rajoy por la «alarma e indignación social» que generaron casos de corrupción como la Gürtel. Con ese baremo de integridad, ¿debería dimitir por considerársele responsable directo de las acciones del que era su fiel escudero? o incluso ¿someterse a una automoción de censura? Un panorama delirante a todas luces.
Hay también otro interrogante. Si Ferraz tenía sospechas (o certezas) de que el exministro estaba vinculado a asuntos turbios ¿por qué no lo denunció? ¿hay algún motivo de por qué no promovió comisiones investigadoras en los departamentos afectados por los contratos millonarios de compra de mascarillas con Koldo García?
Sea como sea, la trinchera abierta por Ábalos ya ha volteado la legislatura. En algo más de 100 días, el Gobierno de coalición ha perdido cinco diputados, los cuatro de Podemos y ahora el del Partido Abalista como algunos ya le definen. El quinteto ha prometido fidelidad... ¿pero será así siempre?