Antonio Álamo

Antonio Álamo


Retiro

30/05/2024

Días después de que el futbolista del Real Madrid Toni Kroos fuera homenajeado en el Bernabéu, Rafa Nadal recibía el aplauso generalizado del público que asistió a su partido contra Alexander Zverev en Roland Garros. Ambos reconocimientos a estos dos deportistas tenían su razón de ser y son merecidos a tenor de sus triunfos y recorridos. Kroos, 34 años, se retira ya y cumple así su palabra de abandonar el deporte en óptimas condiciones físicas para evitar lo que en su opinión pudiera ser una imagen incómoda o lamentable. Nadal, 37 años y a punto de cumplir 38, no se retira y tras sus recientes declaraciones, un tanto contradictorias, cuesta imaginar lo que hará en un futuro próximo. Lo que sí está claro es que hay cierta diferencia a la hora de enfocar el adiós.
Luego estarían los matices. Uno fue abucheado durante un partido en Arabia Saudí por la totalidad de un público resentido por sus críticas tanto al recorte de libertades existente en el reino árabe como al interés de muchos jugadores en declive físico por prolongar allí su trayectoria profesional y acrecentar la cuenta corriente. Ya dejó muy claro que la falta de derechos humanos es lo que le impediría ir allí. El otro fue aplaudido por las autoridades y ciudadanos saudíes al aceptar el nombramiento como su embajador de tenis en el mundo. Como detalle añadido conviene recordar que dejó claro que sí le pagaban aunque no necesitara tanto dinero y que posiblemente no supo explicar muy bien el contenido del proyecto que iba a desarrollar allí. En su caso las críticas no provinieron de Arabia Saudí sino de Europa.
Al margen de la disparidad de criterios que pueda existir en torno a ambas actitudes en cualquier plano -deportivo, social, económico u otros- sí llama la atención la diferente forma de enfocar la recta final de una trayectoria personal, desde el instante en que uno mantiene innegable firmeza y coherencia entre su palabra y los hechos, y otro parece -esa es la impresión que transmite- que se resiste a perder el protagonismo adquirido a lo largo de tantos años y que le importan más algunas cosas que las convicciones de las que hacía gala. Como se comprueba, no todo el mundo está al corriente de que el día tiene 24 horas. Ni una más.