Vista desde un dron, la política española ofrece una perspectiva terrible, en la que cada día provoca un titular sensacional más, y no me refiero solo ahora, claro, al 'caso Errejón', que es uno más de un juguete roto por este implacable discurrir por los peores senderos de nuestra vida pública. Clamar hoy contra la inmoralidad, las falsías, la frivolidad y la falta de servicio que son las notas dominantes de esta política es, me parece, un deber ciudadano de todo aquel que tenga la suerte de poseer un altavoz grande o pequeño, una cierta tribuna, un lugar desde el que poder gritar.
Todo está en descomposición más que en recomposición y, desde luego, mucho más que en regeneración. Ya no soy capaz de imaginar qué nuevas sorpresas nos va a depurar el espectáculo de una clase partidista decadente, ensimismada en sus luchas de poder, en sus corruptelas, en su falta de ideas más allá del juego de tronos. Y sí, claro que la inmolación en la pira de Errejón va a influir aún más en la cuesta abajo de Sumar, el principal socio de Pedro Sánchez hasta ahora, cuando empieza la formación de Yolanda Díaz a mostrar síntomas de haber perdido la brújula. Y por supuesto que el absurdo congreso de Junts muestra, aún más, la insoportable levedad de las alianzas que sostienen a Pedro Sánchez aún en La Moncloa. Y claro que las rogativas que, incluso de la mano de Zapatero, envía Sánchez al territorio lejano y comanche de Puigdemont evidencian el surrealismo político en el que nos hemos, se han, instalado. Frankenstein ha muerto, viva King Kong.
No sé dónde he leído que, si Pedro Sánchez convocase ahora elecciones, podría sentir la tentación de querer cerrar con ellas los últimos vestigios de aquel 'espíritu del 78', de aquella Transición de la que, en verdad, ya no queda nada. No comparto tal análisis: Sánchez simplemente se salvaría de un naufragio total, porque ahora mismo carece de un plan táctico y estratégico de futuro. Ni siquiera estoy del todo seguro, aunque lo considero bastante probable, de que el presidente se lance a corto plazo por el camino de disolver las Cámaras legislativas que tan poco legislan y convocar, espero que ahora sí, no como en mayo de 2023, de acuerdo con la Constitución, unos nuevos comicios generales.
Pienso, incluso, que casi lo de menos es quién los ganase, aunque confío en que el PP sepa rearmarse un poco mejor. Lo más importante es que el PSOE, que se lanza a un ahora movido 41 congreso federal dentro de un mes, bajo la sombra a punto de estrellarse de Santos Cerdán, ya no podría tener a varios de sus actuales socios: ni Sumar, ni Podemos, ni Junts ni, vaya usted a saber, quizá Esquerra Republicana de Catalunya, son ya lo que eran en 2018, cuando Sánchez se hizo fuerte en La Moncloa tras expulsar de ella a Mariano Rajoy. De todo esto parece que ha pasado un siglo, y ahora toca, por sanidad mental de la nación, repartir baraja nueva bajo unos principios auténticamente -pero de veras- regeneracionistas. Básicamente, porque ya no sé qué más tiene que ocurrir para declarar oficialmente que esto ya no aguanta más, con o sin Presupuestos. Porque lo que no aguanta es la fórmula, no ya su aplicación.