Se acabó la miseria. Ya no tenemos que pedir ayudas, subvenciones y privilegios económicos a ninguna institución superior, sea Gobierno central, Junta o Diputación. Eso, al menos, puede desprenderse de las imágenes que nos asaltan de la iluminación navideña en un montón de ciudades. No se escatiman bombillas, ni colores, ni adornos, ni reproducciones artísticas y bíblicas, ni nada que se parezca a esa austeridad que suelen predicar el resto del año los que ahora presumen de todo lo contrario, incluida la estrella más alta, como si Melchor, Gaspar y Baltasar la necesitaran para alcanzar su destino la noche de Reyes. Da la impresión de que el famoso, y nunca bien ponderado, espíritu navideño consistiera ahora en poner luces a tutiplén por calles, plazas, avenidas, edificios y monumentos. Si a eso le añadimos los anuncios de colonias, juguetes, ropa, turrones, móviles, etc, tendremos la sensación imbatible de que ya estamos en Navidad, aunque falte un mes. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí desde la celebración de unas fiestas de marcado carácter religioso, nada menos que el nacimiento de Jesús? El progreso, amigos, el progreso. O sea, una civilización que va creciendo y creciendo hasta rozar la perfección. Solo un pequeño pero. Parece, o eso creo yo, que según avanzan los logros monetarios merman la solidaridad y la empatía. Por eso, tal vez sea necesario poner en marcha ya mismo un espíritu navideño alejado de las compras, las cenas selectas y los gastos desmesurados. Algún día se les ocurrirá a los norteamericanos un Black Friday ético y respetuoso, es decir una rebaja, aunque sea temporal, de la crispación, la agresividad y la bronca. ¿Habría colas para entrar en los recintos con este tipo de «viernes negro»? Tengo mis dudas, pero ahí dejo la idea por si alguien tiene a bien recogerla y ponerla en práctica. Sería una forma de volver al carácter primigenio de la Navidad y de recuperar parte de ese espíritu que hemos ido dejando casi únicamente en manos de los euros. Y de pensar que mientras nosotros gastamos hay millones de personas que no tienen para comer ni siquiera doce uvas.