Ha hecho falta que Alberto Garzón recibiera una interesante propuesta de trabajo para, como San Pablo, caerse del caballo.
La peripecia sufrida con la cadena de críticas, más la reacción de sus compañeros, le han hecho comprender que la izquierda no es una ideología, una opción política, tan perfecta como imaginaba. Al menos, no es perfecta para advertir que se había quedado sin trabajo después de cuatro años de ministro de Consumo, y necesitaba un nuevo destino. En su caso, la buena oferta que le hizo José Blanco para sumarse a la consultora Acento que creó con Alfonso Alonso, del PP, y donde trabajan destacados políticos del PP y PSOE.
Garzón había respondido afirmativamente a su nueva actividad, condicionada al visto bueno del organismo que debe dar luz verde a las ofertas que reciben quienes han formado parte del gobierno. Políticos y no políticos que durante dos años reciben un porcentaje alto de su salario de ministros y secretarios de Estado, como indemnización porque no pueden acceder a empresas relacionadas con sus antiguos cargos. Ese organismo de control no se había pronunciado todavía, pero Garzón decidió renunciar y explicó las razones a través de un largo comunicado en el que dice que se sintió presionado por "el ecosistema de izquierdas", se duele también de sus "dinámicas tóxicas", y confiesa su "frustración".
La renuncia le honra, más todavía porque sabe, como sabe todo español, que este gobierno autollamado progresista, se ha convertido en una agencia de colocación de socialistas, comunistas y podemitas, valieran o no valieran para el cargo que se les ofrecía. Ha repartido "ex" por todos los estamentos posibles, empresas públicas, instituciones que toman decisiones importantes para el futuro del gobierno progresista y su presidente, y embajadas a las que han enviado incluso a personas de muy limitada trayectoria que ni siquiera hablan inglés, lengua obligada en la diplomacia. Han nombrado ministros a hombres y mujeres que en su vida habían gestionado nada, ni ocupado cargo público, ni conocían qué tareas correspondían al ministerio que le tocaba en suerte.
Garzón, lo dice él, ha renunciado ante la presión de sus compañeros de ideología, pero en cualquier caso su renuncia ha sido todo un ejemplo. Es curioso que la persona más hiriente contra Garzón en las redes sociales haya sido su excompañero de Unidas - Podemos Pablo Iglesias, que "colocó" a su mujer como ministra sin tener noción de gobierno y alentó además que ese modelo de aupar a importantes cargos a las parejas la aplicara la casi totalidad de los miembros de dirección de su partido. Nunca, en la historia democrática, ha habido más nepotismo que durante los gobiernos de izquierdas, nunca. Con la agravante de que en la mayoría de los casos los colocados eran analfabetos en lo suyo, y gran parte ni siquiera se tomó la molestia de aprender, sino que se dedicó a colocar a amigos y afines en su círculo de poder.
Así nos va.