Los relatos, de izquierdas o derechas, muchas veces son mentiras interesadas.
Al llegar a Valencia para estudiar la carrera, los compañeros me hablaron de un lugar donde se comía bien. Comida fuerte, sencilla, muy barata y el comedor estaba junto a la Escuela, posibilitando llegar temprano a la primera clase de la tarde, sin carreras. Era el comedor de la Policía Armada.
Allí comentaban todo con tapujos, delante de nosotros. Por eso comprendí la verosimilitud de un relato claro y cómodo: El Ayuntamiento de Valencia quería construir un balcón para las grandes celebraciones festivas, fuera de la línea de fachada del consistorio, amplio para asomarse las falleras y sus séquitos con alegre seguridad y desde donde se cantaría el Himno a Valencia. Sustituiría al viejo ajimez, que parecía en buen estado, pero de pequeñas dimensiones. Un relato creíble, pero mentiroso.
La realidad era que dicho mirador había sufrido desperfectos por un atentado contra Franco, flojo de carga de explosiva y que explotó fuera del momento adecuado.
En el comedor de la Policía supe, por destellos, que obedecía a una orden de las Organizaciones Anarquistas desde el exilio. Posiblemente, la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL). En el comunicado reivindicativo del atentado se le decía al jefe del Estado: «Te seguimos los pasos».
El atentado vino de la mano de Octavio Alberoa, hijo de campesinos aragoneses emigrados a Barcelona, que asistió a la Escuela Moderna de Francisco Ferrer Guardia. Su padre fue director del Colegio Cervantes en Jalapa, el estado mejicano de Veracruz. Alberoa estudió ingeniería civil y física teórica en la Universidad Autónoma de México. Colaboró con los maquis y luego, con la primera ETA.
A Franco le comunicaban por anónimos: «Ni en tu tumba descansarás tranquilo». Sánchez lo ha hecho posible. Y es que la terminación de las dictaduras suele ser el asesinato del dictador. Veremos en Venezuela.
La excusa de la narración para cambiar la plataforma era mentira. Román Giménez Iranzo, autor de la obra y posterior director de la Escuela de Arquitectura, sonreía ante el cuento del relato.