Cada cierto tiempo alguien me pregunta quién creo que fue el peor político de las últimas décadas. De entrada, la pregunta no es difícil porque sería más rápido contestar quién hizo algo que fuese a ser recordado positivamente en el tiempo. El silencio seria sepulcral. La existencia de malos gobernantes es lógica porque el elenco de buenos políticos es increíblemente escaso.
Hay políticos malos por ignorancia, prepotencia, codicia, vanidad, estupidez o incluso vagancia; esta debilidad es más común de lo que creemos. Da la impresión de que la lealtad al partido es inversamente proporcional al talento; hasta hace muy poco este problema era dramático en la izquierda, pero ha conseguido extenderse a cualquier organización partidista. La ausencia de vida personal fuera del sector público es un indicador bastante fiable, aunque otros dirán que es una demostración de supremo sacrificio. Por cierto, los políticos más listos han conseguido tener un éxito notable en el mundo de las consultorías, asesoramiento, relaciones públicas e incluso la abogacía. Rectifico, sus sueldos han demostrado que sus talentos son evidentes.
A estas alturas, pensará que lo escrito es la típica diatriba generalista que ataca a la clase política por principio. En absoluto, porque voy a ser muy preciso. Si tuviera que nombrar a alguien destacado por ser nefasto para sus votantes, me saldría de manera espontánea David Cameron, Silvio Berlusconi, Barack Obama, Angela Merkel y Nicolas Sarkozy (aunque sus discursos escritos eran sublimes). No nombro a dictadores, porque utilizan medios heterodoxos para mantenerse en el poder.
Pero todos ellos son el pasado y dentro de no mucho serán un recuerdo; sin embargo, Ursula von der Leyen es un espectro andante. Su único principio es el poder y fuera de eso, dirá que la acción de cualquier político es el pacto, la equidistancia o la tolerancia. Cuando uno ha sido ministro de defensa de Alemania durante seis años, se pregunta si su etapa preparó al país para la guerra. Tras su primera presidencia europea parece obligado cuestionarse si somos soberanos energéticamente, industrialmente o si estamos más cohesionados.
Cuando optó por irse del Parlamento Europeo durante el discurso de un primer ministro elegido democráticamente no parece que ayudase a fortalecer el proyecto político. Dicho esto, me solidarizo con el fallecimiento cruel de su pony en un idílico paraje alemán. Espero que ese desafortunado incidente no modifique la política agraria europea. El poder es un medio, nunca un fin.