En los minutos previos a que arrancase el partido en San Sebastián, la realización televisiva estuvo ágil y captó un plano de Arconada junto a Iríbar. Dos de los mejores porteros de la historia de nuestro fútbol… y un trocito de nostalgia, ya no de cuando los balones pesaban 'nosecuánto' y los barrizales 'nosequé', sino de cuando el juego era más lógico o, como escribiría Lichis, más amable, más humano, menos raro. 
Ese mismo día, el que enfocaron a los ídolos con guantes de un par de generaciones, en un partido 'random' como el Rayo-Mallorca, el árbitro tuvo que consultar el VAR tres veces, ¡tres!, en el tiempo de descuento. Y perdonó la expulsión a alguien (Raúl de Tomás) que después provocó un penalti y permitió a los locales rescatar un punto. Y con tanta pausa a destiempo y el nuevo reglamento en la mano, se llevó el partido hasta el 112, que es, para que se hagan una idea, apenas cuatro minutos menos de los que necesitó Iniesta en Sudáfrica, prórroga mediante, para pasaportarnos a la gloria. 
Ese mismo día, digo, en el que la imagen de «no pasa nada, tenemos a Arconada» junto a «Iríbar, Iríbar, Iríbar es cojonudo» nos cubría de añoranza, un entrenador de Primera nada sospechoso de polemista o bocazas, Jagoba Arrasate, describía una Liga «sin libertad de expresión», en la que criticar la labor de un árbitro te reporta partidos de sanción. «Me encantaría responder a vuestras respuestas, pero no puedo», decía, consciente de que la queja sincera o hablar más de la cuenta -quizás no tanto si entrenas a un 'grande'- es peligroso. Como en las dictaduras más represivas. 
Igual la modernidad era «esto», pero viendo al 'Pulpo' y al 'Txopo', sin duda «aquello» nos gustaba más.