La confianza es una necesidad emocional que nos permite relacionarnos con otros y que, además, identifica nuestros valores. Es un sentimiento compuesto por emociones y razones que cada vez resulta más necesario para enfrentarnos a entornos complejos y en continuo cambio. Lleva implícita la esperanza de obtener una respuesta satisfactoria ante las expectativas futuras. La confianza es un elemento muy importante para mantener relaciones sólidas y duraderas, pero su doble carácter emocional y racional la convierte en un sentimiento muy frágil y, a veces, fácil de manipular si solo está basada en creencias y prejuicios.
La confianza está relacionada con la honestidad, las capacidades y las buenas intenciones de los demás. La paradoja de la confianza es que cuanto más necesaria es para la salud mental y la convivencia humana, más complejo resulta obtenerla. Las circunstancias actuales favorecen más la desconfianza que la confianza, al haberse perdido los principios éticos y morales básicos en la sociedad. El todo vale se ha instalado en nuestro entorno generando unas verdades subjetivas en las que resulta difícil confiar.
Las consecuencias imprevisibles de los cambios tan rápidos y profundos que estamos viviendo durante las últimas décadas, sitúan a la confianza como una necesidad emocional de primer orden en medio de lo desconocido y lo imprevisto. La vulnerabilidad del ser humano hace que la confianza se convierta en una necesidad. Pero, ¿en quién o en qué confiar cuando se espera poco o nada de las personas que nos rodean o de las instituciones que nos gobiernan? ¿En quién confiar si la honestidad y la honradez no forman parte de la vida cotidiana?
El problema es que cuando la desconfianza se instala en la mente humana es muy difícil revertir la situación. Al final uno termina confiando solo en sí mismo y las relaciones humanas se llenan de hipocresía e incredulidad, generando un profundo individualismo cargado de soledad, que solo conduce a la desorientación colectiva.