Incierto se presentaba el reino de Witiza y en esa clave comparece el escenario político español. Pedro Sánchez le dio la vuelta a su derrota en las elecciones generales comprando los siete votos de los diputados separatistas de Junts a cambio de ley de Amnistía diseñada a cuatro manos entre la Moncloa y los golpistas para garantizar el regreso a España de Carles Puigdemont, prófugo de la justicia en razón de los actos sediciosos perpetrados durante el golpe de "procés".
La ley de Amnistía ya está en vigor pero ahora resulta que los fiscales del Supremo creen que los delitos de malversación no son amnistiables y pese a la presión que están recibiendo para que miren para otra parte se niegan a cerrar los ojos y en la Moncloa contienen el aliento porque aunque a la postre el fiscal general imponga su criterio en este asunto la última palabra la tienen los jueces del Tribunal Supremo.
Y esa es la fuente de incertidumbre que dicen que le roba el sueño a Pedro Sánchez, porque si Puigdemont se quedara fuera de la ecuación y no pudiera regresar a Barcelona para presentarse como candidato en la votación para elegir al nuevo presidente de la Generalidad -movimiento que incluiría el sacrificio de Salvador Illa-, Sánchez quedaría colgado del alambre, al albur de la venganza del prófugo a ejecutar por los diputados de Junts en el Congreso.
De ahí el estado de tensión que manifestaba Sánchez hablando de los jueces en recientes declaraciones en las que anunciaba estar dispuesto a cambiar el sistema previsto en la Constitución para la elección de los miembros del CGPJ. Anuncio que ha sido interpretado como una amenaza por las principales asociaciones de magistrados. Y renovando también la amenaza a los medios de comunicación desafectos al sanchismo anunciando, sin concretar, medidas restrictivas.
La ingeniería política desplegada por Sánchez durante los últimos tiempos para compensar la insuficiencia parlamentaria del PSOE -"hacer de la necesidad virtud"- que ya le obligó a pactar con quien decía que nunca lo haría y a revocar muchas de sus promesas se ha tornado precariedad porque Sumar, su socio en el Gobierno, es un partido en descomposición y sin apenas respaldo electoral. Y el comodín de Puigdemont está en el aire y también la investidura de Illa. De ahí el nerviosismo y la tensión política subyacente que delatan sus anuncios/amenaza. No son pocas las razones para hablar de incertidumbre.