Con malos presagios arrancó esta semana la XV Legislatura de la España constitucional. El solemne acto inaugural fue una dosis de recuerdo sobre el hecho de que la gobernabilidad de España pasa a depender de quienes no quieren ser españoles. Insólito e indicativo de que la XV temporada del régimen del 78 echa a andar con pies de barro.
La simbología del acto se quedó en el lado oscuro, pues las apelaciones del Rey a la unidad y el respeto a la Constitución se extraviaron en las dos reseñas negativas de la jornada:
Una, la malversación de un mandato (neutralidad institucional) por parte de la presidenta del Congreso, Francina Armengol. Y dos, la ausencia de los amigos subversivos de Sánchez, que me pareció infantil, injusta y antidemocrática.
Hablo de "malversación" del papel asignado a la presidenta, pero también hay prevaricación moral (no penal, entiéndase). Era consciente del pecado que cometía al colocar en su discurso institucional la pedrada favorita de los dirigentes de su partido: la oposición cuestiona la legitimidad del Gobierno. Y si no incurrió a sabiendas en esa falta de neutralidad, solo queda hablar de insolvencia.
Un efecto colateral sin precedentes es que el hemisferio parlamentario de la derecha no aplaudió a la presidenta, dando lugar a otro despropósito: el bando izquierdo acusó al adversario de descortesía parlamentaria por criticar el discurso de Armengol.
¿Cómo entender esa falta de respeto a la institución cuando los acusadores mantienen fuera de la Cámara furtivas negociaciones de partido que desemboquen en el BOE? Me pareció inaudito que la propia Armengol hablase del Congreso como marco ideal para el debate y a solución de conflictos cuando la gobernabilidad de España se decide fuera de España y en la clandestinidad.
O sea, que no podíamos empezar peor.
Es mi opinión, aunque tampoco descarto que esté reñida con la realidad. Se nos viene encima una nueva entrega de sanchismo. Todo lo incómoda que nos pueda parecer, pero ajustada a los intereses del flamante ganador de la investidura en el Congreso.
De momento, Sánchez trata de enfriar la parte más ruidosa de la grada con la prolongación de los PGE, la subida de las pensiones, del sueldo de los funcionarios, el aumento del SMI, el transporte público gratuito por franjas de edad, etc. Y puede conseguirlo.
Pero el dinosaurio de Monterroso sigue ahí: un Gobierno que nace tutelado por enemigos del Rey y la Constitución. De ellos depende la estabilidad del país y la supervivencia de Sánchez. Así que no descarto el descarrilamiento de la política nacional.