La celebración del Día de Castilla y León es una magnífica oportunidad para reflexionar sobre el camino recorrido desde la creación de la autonomía en 1983 y, más allá de las sombras y luces, celebrar los muchos logros alcanzados en estas últimas décadas en materia de desarrollo económico, social, político y cultural. También es un momento propicio para reafirmar el compromiso con los valores y principios que fundamentan la autonomía de Castilla y León, reflejados en su Estatuto, y promover el sentimiento de identidad y pertenencia a este territorio histórico y germen de las relaciones internacionales y los derechos humanos en el mundo.

¿Pero qué nos diferencia de vascos o catalanes que mantienen ese constante pulso por reivindicar su propia identidad? Sus respectivas lenguas autóctonas son un elemento diferenciador, pero el nacionalismo rampante se confunde con el oportunismo político que persigue un claro interés económico y una situación de ventaja con respecto al resto de los territorios. De algún modo, ellos se han instalado en el inconformismo y la continua bronca política, mientas otros somos fieles a unos valores y señas de identidad basadas en el diálogo y la corresponsabilidad social y económica.

A nosotros, a los castellanos y leoneses, también nos asisten derechos históricos y culturales como cuna de la democracia, además de unirnos una lengua universal: el castellano. Quizá nos falte algo más de sangre en las venas para creérnoslo y hacernos sentir y oír más; y quizá también debamos querernos un poco más a nosotros mismos. Pero no por ello, nadie puede pretender que seamos nunca una comunidad de segunda, cuando la realidad es que somos el territorio que alumbró las relaciones humanas y el derecho internacional. Así, pues, que prevalezca el sentimiento de pertenencia y el orgullo de ser castellano y leonés.