Cuatro palabras le han bastado a Felipe González para mostrar su desprecio a los enjuagues de Pedro Sánchez con los separatistas catalanes. Respondía a la pregunta de qué le parecía la foto del enviado de Sánchez (Santos Cerdán) a rendir pleitesía al prófugo Carles Puigdemont. Amén del desdén que desprenden sus palabras, para quien quiso seguir escuchando, añadió que él también era del PSOE. Un recado para la corte de aduladores del actual secretario general que actúa como sí el partido fuera de su propiedad. Para halagar a Sánchez, aquí y allá, se les escucha descalificar a Felipe González y a Alfonso Guerra --muy críticos con la deriva política que impone Sánchez-- tachándoles de "dinosaurios". Son algunos de los que el pasado sábado, puestos en pie, aplaudían a la norcoreana cuando Pedro Sánchez defendía la amnistía que hace apenas dos meses, antes de las elecciones del 23J, proclamaba que no cabía en la Constitución. Y seguirán aplaudiendo que haya cedido a la penúltima exigencia de ERC para que la futura ley de amnistía --en realidad una ley de impunidad-- ampare a los procesados por lo delitos cometidos por los CDR y el llamado Tsunami Democràtic, la guerrilla urbana que protagonizó múltiples altercados tras las sentencias del Tribunal Supremo a los implicados en el golpe del "procés".
Qué en la reunión del Comité Federal Emiliano García Page fuera el único que se atrevió a señalar que la amnistía no tiene cabido en la Constitución describe el grado de servidumbre al que se han entregado los actuales dirigentes de un partido que antaño --cuando llegó a tener más de 200 diputados en el Congreso-- en las reuniones de las federaciones se discutía y discrepaba de las posiciones del líder sin que a nadie se le pasara por la cabeza que podía ser expulsado de la organización.
Desprestigiar a Felipe González o a Alfonso Guerra --referentes de la época de mayor empuje político y aceptación social del PSOE-- diciendo que se han hecho de "derechas", retrata un grado de sectarismo que desdice de la condición de demócrata. Algunos, por cierto, hoy dispuestos a ponerse en pie y seguir aplaudiendo a Pedro Sánchez son los mismos que en 2016 le defenestraron de la secretaría general. Un dato que da idea de la firmeza de sus convicciones. Por desgracia los partidos políticos --no solo el PSOE, aunque también y en superior medida-- se han transformado en grandes empresas de colocación. Miles de personas dependen y viven de la política. Y, ya se sabe, que quién se mueve corre peligro de no salir en la foto, caerse de las listas y perder una nómina.