Protagonista en su vuelta a la alineación titular el pasado martes, capitán enmascarado para proteger su nariz, fracturada hace unos días al recibir un codazo, autor del único tanto de Francia y portador de la mayor parte del peligro de los suyos, el retorno del enmascarado Kylian Mbappé no alivió las dudas del combinado de Didier Deschamps, que sigue sin cumplir con las expectativas en una Eurocopa en la que ha accedido a los octavos de final como segunda de su grupo.
Por un momento, cuando Dembélé provocó el penalti y el delantero anotó desde los once metros, pareció que el cuadro galo encontraba un rayo de luz, el primero en dos semanas grises, de dudosa fiabilidad y emanando una sensación de sobrevivir cimentada en el talento individual por encima del grupal.
Pero nada más lejos de la realidad, la selección campeona de Europa en el año 2000 necesita algo más que al nuevo fichaje del Real Madrid, que no puede con todo. Hizo todo lo posible, generó ocasiones para el resto por doquier en la primera mitad y finalizó las propias en el inicio de la segunda, echándose el equipo a la espalda, liderando la reacción de una Francia que se quedaba con la plata en la fase de grupos.
Solo Dembélé, en esta ocasión, siguió el ritmo del de Bondy, pero volvió a dejar que desear en la definición. Gozó de una ocasión clarísima en la primera parte que pudo abrir el partido, pero su energético inicio mutó en un encuentro que, de no ser por haber provocado el penalti, sostenido en su velocidad y desborde muchas veces desaprovechados, hubiera sido intrascendente.
Ni siquiera Mbappé pudo frenar la hemorragia que sufrió su selección en los últimos minutos, descosida ante el ímpetu polaco de victoria. Encerrada en los últimos compases, Francia pagó caro las ocasiones falladas y se perdió aún más en el mar de dudas en el que navega en este campeonato.