Tener un padrón más o menos abultado importa poco a la hora de mantener las tradiciones más arraigadas, aquellas que han llegado hasta nuestros días de generación en generación. Este es el caso de la procesión del Domingo de Ramos, que se vive con intenso fervor a lo largo y ancho de la geografía palentina. Así ha sido durante siglos y así se volvió a demostrar ayer en localidades como Aguilar, Ampudia, Astudillo, Baltanás, Carrión, Dueñas, Grijota, Guardo, Herrera, Osorno, Paredes, Saldaña, Villada. Con tallas más antiguas o más modernas, lo importante era el simbolismo de la jornada, y esa alegría compartida por la llegada del Mesías al medio rural.Y es que, al igual que los de la capital, los cristianos de los pueblos estaban de celebración.