¿Sería posible tener un gobernante como Javier Milei, el bocazas que aspira a presidir Argentina, en España? Quiero creer que no, pensar que ese rechazo visceral que entre una mayoría de españoles --gente moderada, según los sondeos-- provocan el trumpismo, el bolsonarismo o los excesos de un Salvini o de un Boris Johnson, por ejemplo, haría imposible la gobernación del país a cargo de un populismo que ya se sabe que siempre acaba mal, pero que destruye muchas cosas a su paso. Por eso es tan importante el apego a las normas democráticas, el respeto a las leyes y a la separación de poderes, que es algo que ocasionalmente se pone en peligro de cuando en cuando por estos pagos, y no me estoy refiriendo (tan solo) a un Gobierno concreto.
Que no estoy diciendo, desde luego, que la obvia vulneración de algunas 'líneas rojas' que se observan por aquí conduzca a ningún tipo de 'mileilismo' a medio plazo. No abono el calificativo de 'autócrata' que algunos extremistas le echan encima a nuestro actual jefe de Gobierno. Sí digo que en nuestro país se advierten demasiadas anomalías respecto de lo que debería ser una 'calma democrática' (y permítame, por razones de espacio, no enumerarlas aquí y ahora) como para sentirse satisfechos de la calidad de la conducta de nuestros representantes. Y añado que el desprecio al arbitrio de los jueces, el silencio en el Parlamento --cuya función es, o debería ser, parlamentar-- y la inflamación del Ejecutivo en su afán por prolongarse habrán de tener consecuencias sobre la moral nacional más a corto que a medio plazo.
Pienso en Milei y deduzco los riesgos que un mandato digamos, por minimizar la gravedad del asunto, tan 'pintoresco', puede tener más allá de las fronteras de Argentina, un país siempre tan injustamente castigado con pésimos gobernantes. Esa nación, por tantas razones hermana --y para nada es esto retórico--, sigue siendo clave para la economía española, que es la segunda en importancia en aquel país, con más de trescientas grandes empresas allí instaladas. Pero también hay que considerar otros aspectos, como la residencia allí de medio millón de españoles, o que aquí viven cien mil argentinos, con una presencia destacada en la sociedad, en la calle, en las empresas. Causa pavor la desatención con la que en las instancias oficiales, tan ocupadas en muchas otras cosas, desde El Cairo hasta Waterloo, han seguido, por decir algo, la campaña maléfica en Argentina. O, ya que estamos, en otros países latinoamericanos, merecedores de mucha mayor dedicación desde los ámbitos de gobierno españoles. El ombliguismo de la política española empieza a resultar casi patético. Y seguramente peligroso.
Pero, en fin, a lo que íbamos: no, no creo que en España, donde hemos tenido a Pablo Iglesias en la vicepesidencia del Gobierno, donde el enemigo del Estado Puigdemont tiene al Estado, perdón por la repetición, en un puño, donde Santiago Abascal puede amenazar a los catalanes con todos los males del infierno si él llegase a gobernar, fuese posible un Milei. Ni un Trump, ni los otros ejemplos mencionados, por muchos que eso de las también mentadas 'líneas rojas' por acá constituyan casi una anécdota, un reto deportivo a saltárselas.
Creo, sin embargo, que haremos bien mirando atentamente hacia un país tan cercano y a veces tan lejano como Argentina para sospechar hasta qué grado de iniquidad puede conducir eso, el olvido, o la relegación, de los frenos que una democracia y las buenas prácticas imponen a quienes quieren representarla. No, el mundo no puede sentirse tranquilo cuando gente como Milei, o como el polaco Kaczynski o el nicaragüense Ortega, o el venezolano Maduro, son capaces de llegar al poder. Y los españoles, desde luego, debemos sentirnos menos tranquilos aún.