Cada vez interesan menos las grandes cuestiones de la existencia, lo que nos lleva a tener un estilo de vida superficial y constantemente cambiante. No existen grandes objetivos, ni tampoco ideales, ni metas, ni puntos de referencia. Lo único importante es lo práctico: buscar lo que te va bien en cada momento. Sin criterios, sin principios. En una sociedad en la que todo vale, todos y cada uno vamos buscando el estilo de vida que nos resulta más cómodo o nos va mejor, aunque sintamos que nos falta algo para vivir la vida de manera más plena. Sin darnos cuenta al sexo lo llamamos amor; al placer, felicidad; a la información de la tele, cultura; al aborto, interrupción voluntaria del embarazo; a la eutanasia, final feliz de los incurables o quizá de sus cuidadores; a las mentiras de nuestros políticos, cambios de opinión…, llenando la vida de eufemismos que tranquilizan nuestras conciencias. El desinterés por todo lo que puede trasformar la vida genera desencanto, y la desilusión se apodera del ser humano, encontrándose perdido y solo. No hay más que observar el mundo que estamos creando para darnos cuenta de que hay algo equivocado. La mayoría de las personas están asustadas, cerradas y atrapadas en sus caminos. Porque, al final, la vida se hace insoportable cuando todo se reduce a superficialidad y apariencia. Las consignas de la vida actual: «date prisa», «no pienses mucho», «vive al día», «disfruta a tope», «no te tomes nada en serio», «huye de todo lo que te pueda complicar la vida» …, va reduciendo nuestra existencia a ir pasando sin más, sin saber quiénes somos, qué buscamos y hacia dónde caminamos. Los expertos afirman que en Europa está creciendo la fe en el espiritismo, la visita a los adivinos y echadores de cartas, el interés por los horóscopos o la curiosidad por toda clase de sectas extrañas. No es raro, si pensamos que nuestro corazón no se puede llenar solo con dinero, consumo y bienestar temporal. De superficialidad.