OPINIÓN.- Se rompe España, la civilización cristiana se descompone, la patria está en peligro, los enemigos de España quieren descomponerla; Sánchez, el mayor traidor de la historia. Y hete ahí que llevamos más de cuarenta años oyendo el mismo mantra. La única variante es que el traidor era antes Felipe González y luego José Luis Rodríguez Zapatero y ahora Sánchez. Pero en vez de sufrir tanto por la salud de la patria y en vez de insultar diariamente al presidente constitucional de nuestro país, como suele hacer algún columnista, voy a limitarme a describir hechos acontecidos en las últimas décadas tan ciertos y verificables como el aire que respiramos. Recapitulemos. En 1981, las Cortes Generales aprobaron la Ley del Divorcio por aplastante mayoría y con la alegría inmensa de la opinión pública española. El PP de entonces, que atendía a las siglas de Alianza Popular, y el Vox de entonces, conocido como Fuerza Nueva, en connivencia con lo más retrógrado de la Conferencia Episcopal, de la que formaban parte algunos obispos y cardenales defensores de conocidos curas pederastas, recorrieron calles y plazas al grito de «España se rompe», «El único matrimonio válido es el católico» (Fraga Iribarne dixit). Pues bien, España no solo no se rompió sino que la diversificación de organizaciones familiares empezó a tomar carta de naturaleza en nuestra sociedad y no, no se rompió España, más bien se alegró y dignificó. Lo curioso vino después, cuando los españoles asistimos impertérritos a cientos de miles de divorcios de dirigentes y militantes de derechas. Y no pasó nada. España siguió su curso. Años después, con las leyes de la Interrupción Voluntaria del Embarazo y la Ley de Matrimonio Igualitario la historia se repitió. De nuevo el cardenal Rouco Valera y compañeros mártires, los KIkos, el PP y Vox languidecieron de nuevo. España se iba a romper y la civilización occidental entraría en declive. Pues nuevamente erraron, no solo en su florilegio de embestidas contra el progreso sino que otra vez miles y miles de personas de derechas abortaron conforme a la nueva ley y otros decidieron casarse con sus parejas del mismo sexo. ¿Se quebró España? En absoluto, mal que les pese a los cardenales, a Aznar o a Rajoy y Abascal. El pueblo español quedó encantado de que las libertades individuales quedaran mejoradas en gran medida. La derecha había luchado contra derechos civiles inalienables y luego se había aprovechado de su promulgación. A eso lo llaman algunos moral cristiana, otros lo denominamos moral interesada.
En estas últimas semanas parece que, de forma premonitoria, España va a desaparecer. Eso dicen Aznar, Feijoo (sin tilde) y Abascal. Va a desaparecer el Estado de Derecho (sic). Volvamos al pasado. En 1996, el presidente Aznar concedió el indulto a quince terroristas de Terra Lliure, organización protagonista de delitos de sangre. Durante su mandato, Arzalluz, presidente del PNV, afirmó sin rubor que el PP había hecho más concesiones al País Vasco en catorce días que Felipe González en trece años. ¿Entonces de qué estamos hablando? A Aznar le corresponde el mayor número de traslados de terroristas de ETA desde cárceles del Estado a su comunidad y a él se le atribuye la mayor concesión de importantes transferencias a Cataluña. Muchas más que entre González, Zapataro y Sánchez juntos. En muchas de estas acciones el PSOE no fue beligerante por sentido de Estado. Por eso mismo los dos partidos mayoritarios consensuaron la legalización de Bildu, una vez entregadas las armas, para que defendieran sus ideas democráticamente, en el Congreso y en los ayuntamientos y comunidades autónomas. No se rompió España. Y cuando Pedro Sánchez indultó a los independistas catalanes tampoco se hundió el sistema democrático, es más, se consiguió que el denominado problema vascocatalán esté pasando por su mejor momento de concordia y acuerdos, en contraposición a la herencia de enfrentamiento social y policial en que lo sumió el Gobierno de Rajoy. 
Si, como parece, la prevista amnistía concuerda con los postulados de la Constitución, habrá que felicitarse por llegar a un acuerdo con quienes representan (esto parece que a veces se olvida) a cientos de miles de catalanes y vascos, nada sospechosos de terroristas y gente de mal vivir.
La derecha española tergiversa la realidad a su antojo, pero los españoles no olvidaremos nunca que fue Mariano Rajoy quien decidió conceder la amnistía fiscal a un numeroso grupo de sinvergüenzas procedentes del mundo de la farándula, de la banca y de la gran empresa, defraudadores de miles de millones de euros a costa del resto de ciudadanos honrados que pagan religiosamente sus impuestos. Aquella acción inicua no constaba en su programa electoral, como tampoco el préstamo de sesenta mil millones de euros a la gran banca, que, por cierto, nunca devolvió, para más vergüenza del probo pueblo español. España sigue unida, pero empieza a ser más tolerante con los más oprimidos (los inmigrantes, sobre todo), con los tantos siglos perseguidos LGTB y con las nacionalidades y regiones que se sienten diferentes y que tienen todo el derecho a serlo. Y no pasa nada, señores de la derecha, dejen el ceño fruncido, sonrían y reconozcan que los derechos civiles y políticos avanzan en España y que los españoles lo agradecen, a pesar de la crisis económica global. Que no, oiga, que esto no se rompe, coño, aunque a ustedes parece que de tanto repetirlo, les encantaría.