La crisis interna que atraviesa Esquerra Republicana, más profunda que la mera supervivencia de Oriol Junquera, refleja la hecatombe que significa para una formación política perder el poder. No es lo mismo no alcanzar, en unos comicios, la meta electoral propuesta que ser desalojado del mando de las instituciones que tanto cobijo laboral y adhesión crean en la militancia.
Junqueras, cuya relación política y personal con Aragonés era claramente mejorable, se vio recuperando el control y aspirando nuevamente a la reconquista de la Generalitat, cuando su "pupilo" anunció que se iba. Aragonés lo hizo porque sabía que después del batacazo o se iba o lo apartaban. Lo que nunca pudo esperar Junqueras era que, en la primera reunión de la ejecutiva, se iba a cuestionar su liderazgo hasta el punto de tener que aplazar su designación y ya veremos...
Incluso Marta Rovira, tan cercana, anunció también que dimitía y que había que acometer una renovación total de la dirección. En su carta de despedida a la militancia una serie de frases eran dardos contra su compañero. Decía: "no queremos reproducir los liderazgos mesiánicos, no queremos hacer populismo emocional" Desde Ginebra, donde vive huida de la Justicia, Rovira tutelará el camino hasta el congreso, fijado para el treinta de noviembre y, lo más importante, la consulta a la militancia sobre un posible acuerdo con Illa o con Puigdemont para conformar un nuevo gobierno.
Para mayor desazón del PSC y el propio Illa, será la militancia quien decida. Mientras, Junqueras trata de relanzar su liderazgo y se evita "contaminarse" en unas negociaciones que, de resultar fallidas, llevarían otra vez a los catalanes a las urnas. Puigdemont dice, ahora, no tener miedo a la repetición electoral, pero Junqueras sabe que todavía podrían perder más escaños.
El todavía presidente de ERC, hábil negociador, responsable en la sombra de muchas de las decisiones políticas que ha tomado el independentismo catalán, incluida la declaración de independencia, debe digerir mal el que su "sacrificio" de pasar por la cárcel y la inhabilitación no haya pesado en la ciudadanía catalana, que ha preferido al fugado Puigdemont, al que no soporta. Su hábil capacidad dialéctica fue capaz de convencer a la vicepresidenta con Rajoy, Soraya Sainz de Santamaría, de que era su "hombre" en Cataluña, y las reuniones en Moncloa, con la foto posterior de el, con el brazo sobre los hombros de la dirigente popular, hicieron pensar a gobierno del Estado de que nunca se celebraría el referéndum ilegal.
Mientras, en el PSOE crece la preocupación ante la falta de interlocutor en Esquerra con quien negociar. Y, pese a la contundencia con la que Sánchez declaró el viernes, en una televisión, que Puigdemont no puede aspirar a volver triunfante a la Generalitat porque no ha ganado las elecciones, es decir que Illa no le va a apoyar, el tablero político en Cataluña sigue siendo un laberinto.