Faltan calificativos para describir la tragedia del incendio de Valencia. El mayor conocido en la historia de una ciudad que incluso perdió su catedral siglos atrás. Ya se conoce el número de fallecidos pero hay todavía muchos desaparecidos, demasiados, y mejor ni pensar en lo que significa para sus familias la tragedia de saber que la posibilidad del milagro se aleja a medida que pasan las horas y el fuego sigue su función devastadora.
Es la hora del dolor absoluto, de imágenes de llantos y pérdida, de verse faltos de todo lo que se construye a lo largo de una vida, los afectos personales y también los objetos que nos rodean y nos llenan de recuerdos. No queda nada, excepto desolación. Un drama sin consuelo, sin saber tampoco qué depara el futuro, qué hay después de encontrarse en el punto de partida, en cero.
Ya habrá momento de buscar responsables, que los hay. La cadena con la que se construye un edificio es larga, la burocracia, los controles de diferentes entidades, regulaciones, examen una y otra vez de los organismos que comprueban que efectivamente los controles, exámenes y regulaciones se han cumplido. En algún momento ha fallado la cadena, y entrarán los expertos para saber exactamente qué eslabón se ha roto y por qué. Pero ahora mismo solo hay espacio para dolerse.
Homenaje especial a los bomberos. Han dado, más que nunca, el do de pecho, y eso que estamos sobrados de ejemplos admirables de esos profesionales que se juegan la vida por los demás. Y agradecimiento infinito a todos los que acudieron a prestar ayuda desde donde pudieron, sanitarios, cuerpos de seguridad del Estado y municipales, vecinos, personas que ofrecían casa, alimentos, abrigo, hotel, cobijo, palabras, lo que fuera, lo que estaba en su mano. La UME, como siempre, apareció en cuanto conoció el alcance de la tragedia y cada vez que lo hace provoca que millones de españoles se pregunten por la conciencia de quienes hacen alarde de desprecio a los militares.
Hay imágenes, historias, que nunca se van a borrar: el bombero en llamas que saltó desde la planta 12 del edificio, el rescate del padre y su hija adolescente que trataban de salvarse desde una terraza en la que desde dos escaleras los bomberos arrojaban agua para aliviarles del calor mientras desde una tercera otro grupo intentaba, con éxito, recogerlos y llevarlos a tierra. Es sobrecogedora la noticia de un bebé de dos semanas desaparecido, y un niño de dos años, Conmovedores los abrazos de reencuentros a pie de calle, los rostros desesperados de personas que llegaban preguntando por sus familiares, que no respondían las llamadas de teléfono; las camillas de los sanitarios, el hospital de campaña a los que conducían a quienes en su desesperación no sabían ni a dónde acudir…
Pocas veces aparece el horror con tanta crudeza. Y la inseguridad. Cualquiera de aquellas personas que nos mantenía clavadas ente el televisor, horrorizados, podía ser cualquiera de nosotros.