A pesar de que el mundo está plagado de conflictos, dos guerras ocupan toda la atención internacional: la que se libra en Oriente Próximo desde el pasado 7 de octubre, tras los atentados inéditos de Hamás en suelo hebreo que han conllevado la violenta respuesta de Israel sobre la población de Gaza, y la que se vive en Europa del Este desde hace casi dos años después de que Rusia decidiera invadir Ucrania para, según su justificación, «desnazificar y desmilitarizar» a su vecino. Son dos batallas no lejanas en el mapa, pero, sobre todo, con bastantes paralelismos. El principal: ninguno de los contendientes está dispuesto a ceder y tirar la toalla para devolver la paz a sus respectivas regiones.
Sin opción a una tregua en ninguno de los casos, parece más fácil que sean las autoridades de Tel Aviv y el movimiento islamista los que repitan un cese de las hostilidades a que Moscú y Kiev tan siquiera puedan retomar unas negociaciones que se rompieron abruptamente en 2022 y que nunca más se han vuelto a retomar.
La razón es sencilla: la falta de confianza entre las dos partes, convencidas de que su oponente no cumplirá su palabra en ningún momento.
Es más, en las conversaciones que se mantuvieron casi al inicio de la guerra, con Turquía de mediadora, hubo un gran acercamiento, hasta el punto de que Moscú llegó a retirar sus tropas del norte de Kiev en un gesto de buena voluntad. A cambio, exigían la «neutralidad» de Ucrania y, por tanto, que no entrase en la OTAN. Algo que llegaron a plantearse, pero finalmente se dio marcha atrás porque «no había confianza en que los rusos cumplirían», apuntó entonces un portavoz de la delegación ucraniana.
Es más, ante la falta de avances, Vladímir Putin llegó a mostrarse dispuesto a reunirse con Volodímir Zelenski. Pero fue este último el que rechazó ese encuentro, tirando por la borda cualquier oportunidad de consenso para un alto el fuego, aunque fuera temporal.
Si bien el propio Putin insiste en que no es tarde para regresar a la senda de las negociaciones, aunque «bajo otras condiciones» de las de hace casi dos años porque «la guerra es, efectivamente, una tragedia y hay que pensar en cómo detenerla», Zelenski insiste en que Occidente -gran enemigo de Moscú- forme parte del diálogo. Misión imposible, sin duda, ya que el Kremlin no está dispuesto a que Estados Unidos o la Unión Europea entren en esta crisis bilateral.
Miedo a ser eclipsado
Sin embargo, tanto EEUU como la UE parecen haber dejado de lado a Ucrania y el jefe del Ejecutivo de Kiev teme que la guerra en Oriente Próximo pueda opacar el conflicto que vive su país. Washington y Bruselas han puesto en pausa sus nuevos paquetes de ayuda militar y la contraofensiva lanzada en primavera comienza a estancarse. Es más, ahora las tropas locales están más a la defensiva de las embestidas rusas que en ataque y prácticamente el este del país está en manos de los invasores.
Además, Rusia está colaborando en intentar que Occidente deje de lado el conflicto en Europa del Este y se centre en la ofensiva que vive Gaza, echando en cara a la comunidad internacional su doble rasero con ambas batallas al acusar a Israel y a Ucrania de estar atacando «indiscriminadamente» objetivos civiles, en referencia a los palestinos y a los prorrusos del Donbás. Zelenski, por su lado, ha comparado abiertamente al Kremlin con Hamás y culpa a Moscú de tratar de «desviar cualquier ayuda a Ucrania». «Hacen todo lo posible para distraer la atención de la guerra en nuestro país», aseguró sobre esas declaraciones de Putin.
Por eso, insiste en que «necesitamos tres victorias» y, por desgracia, «no todo depende de nosotros». La primera se ha logrado tras la aprobación de un paquete de ayuda de 50.0000 millones desde la UE. La segunda es que el Congreso de EEUU haga lo propio. Y la tercera, la adhesión al bloque comunitario, que ya está siendo estudiada y en trámite.
Pero, mientras tanto, la contienda continuará en la zona, sumando miles de muertos en una guerra cuyo final se antoja aún lejano y para la que ni siquiera se espera que se pueda tener un ligero respiro.