La desinformación y una sensación de caos reinan cuando esto escribo sobre el proceso de investidura de Salvador Illa como posible, quizá ni siquiera probable, president de la Generalitat de Catalunya. Hay medios y comentaristas que creen que Illa será investido de todas las maneras, con o sin 'show Puigdemont'; hay otros, como mi amigo y compañero Muro de Iscar, que escribían ayer que Illa no será investido.
Y más. Hay quienes creen inevitable que el pacto, claramente inconstitucional, que suscribieron el PSC y Esquerra Republicana de Catalunya se cumpla; hay quienes piensan, pensamos, que será de imposible cumplimiento. Aún queda quien asevere que Puigdemont acabará no perpetrando su rocambolesca entrada; la mayoría cree, creemos, lo contrario. Y así estamos, en horas cruciales para el Estado, ante un mes de agosto en el que ese Estado está siendo modificado por la puerta trasera, traspasando seguramente la línea divisoria entre lo que es constitucional y lo que no lo es en el texto indescifrable del pacto PSC-ERC.
Hacer de España un Estado plenamente federal no violaría seguramente la Constitución. Hacer que Cataluña, desligándose casi por completo de ese Estado, convierta la situación en confederal, sí iría, además de contra la igualdad, contra la Ley Fundamental, a mi juicio. Los juristas de uno y otro lado retuercen en estas horas el artículo 92 y la disposición adicional primera de la Constitución, como tantos otros preceptos, incluyendo la amnistía, han sido antes retorcidos para justificar decisiones gubernamentales, para colmo a favor de un Puigdemont que ahora se ha convertido en principal enemigo de la nación y del Gobierno que han perdonado sus pecados, digo, delitos.
Pero aún más: que la investidura de Illa haya podido depender de una mujer de 26 años, de la Jovent Republicá, sin cuyo voto el socialista no puede lograr la mayoría para ser investido, muestra hasta qué punto estamos en una inmensa fragilidad de la situación y del sistema. No puedo ni quiero imaginar las presiones que habrán pesado sobre la diputada Mar Basses, de las juventudes de Esquerra, para que se inclinase en uno u otro sentido. ¿Es esta, en la que el futuro de Cataluña y quién sabe si la gobernación de España, dependieron de un solo voto 'presionado', una política sensata, beneficiosa para los ciudadanos?
Y por si fuera poco: quien hace las consultas pre-investidura con las formaciones políticas este martes es el president de un Parlament desnortado, Josep Rull, fiel a Carles Puigdemont hasta la muerte. No quiero que nadie crea que acuso a Rull de posible prevaricación, claro. Pero ¿no es lógico pensar que Rull aprovecharía la menor oportunidad, ante un lío en el Parlament montado por la irrupción y detención de Puigdemont por ejemplo, para aplazar la sesión de investidura y tratar de que esta interrupción se prolongase hasta el próximo día 25?. Porque esa es la fecha límite, a partir de la cual habría ya que repetir las elecciones catalanas el 18 de octubre, que es lo que Junts, Puigdemont y seguramente Rull pretenden. Y, al fin y al cabo, a estas alturas de incumplimientos variados de las leyes, ¿importaría una acusación de prevaricación más o menos? Total, siempre se puede incluir en el paquete de la amnistía. O mirar para otro lado...
Soy de los que, pese a todo, creen que Illa acabará siendo investido tal vez a finales de esta misma semana. Y creo que es lo mejor que le puede ocurrir a Cataluña, tener al ex ministro de Sanidad al frente de la Generalitat. Lo malo ha sido el 'procés bis', la negociación opaca e irregular con Esquerra, para llegar a esta investidura. La sensación es la de que se ha aprovechado el 'despiste vacacional generalizado', comenzando por el desconcierto que parece padecer el Partido Popular, para abrir España, sus territorios, su Constitución, sus leyes y sus costumbres, en canal.
La verdad, no alcanzo a vislumbrar aún el alcance que tendrá lo ocurrido en las últimas dos semanas. Porque, tras la disipación de agosto, llega siempre el aterrizaje en la realidad de septiembre, octubre, noviembre... Y las facturas siempre hay que pagarlas. Al menos, antes era así.