«Venga, os contaré lo que tengo y a ver si llegamos a un acuerdo para que cenéis». Con su jersey de rombos, su libretilla y la cadena en el cuarto de baño de las de tirar, lejos de solo facilitar la elección de los alimentos transformó un acto cotidiano en una experiencia interactiva y memorable. Los niños se sintieron inmediatamente parte importante del proceso creando un vínculo de complicidad que todavía recuerdan con cariño.
El arte de la hospitalidad se distingue no solo por la excelencia culinaria y la comodidad del entorno sino, también, y de manera crucial, por la singularidad y autenticidad de aquellos que brindan el servicio.
Como un alquimista que transforma el plomo en oro, José Manuel convirtió una cena ordinaria en un festín de recuerdos imborrables. La atención que nos brindó dejó una impresión indeleble por la manera en que supo conectar de una forma sincera, atenta y totalmente genuina.
La competitividad en la hostelería es feroz. La diferenciación no reside únicamente en la calidad del producto ofrecido, ya no sólo se sale a comer y a beber, sino que el arte de atender al cliente ha tornado en uno de los secretos del éxito. Los comensales buscan experiencias que les hagan sentir valorados y únicos. José Manuel no se limitó a seguir un guion, quizás sí, pero desplegó su humor, calidez y adaptabilidad para crear una atmósfera acogedora y personalizada donde los niños se sintieron los verdaderos protagonistas.
Una personalidad destacada en el servicio no solo genera satisfacción inmediata al vislumbrar con sosiego de inicio una reunión de cuya parte podemos estar tranquilos sino que fomenta la fidelización del cliente y el concepto de experiencia y de recuerdo. Y de prescripción, para que te recomienden y difundan.
Es esencial para brindar un servicio que supere con creces las expectativas de los clientes y dejar una huella perdurable, perenne, siendo guardián con llave de esos recuerdos satisfactorios que multiplican la lealtad de los clientes.
La diferencia la marcan las personas y su capacidad para conectar y crear escenarios memorables, como un pintor que, con su pincel, logra dar vida a un lienzo en blanco. La guinda fue la de Eva. Le miró, apoyó la barbilla en sus manos y, cuasiadolescentesincerayenamorada, dijo: «¡Qué mono!».